En una tarde de invierno en que habían ido a dar una vuelta por su casa
de campo, Florencio y Pilar se encontraron con una linda perrita. Era muy
cariñosa y parecía haber estado en familia pues no se les separaba. Le dieron
comida y agua para beber y cuan do llegó la hora de partir, la perra seguía al
coche a toda velocidad. Florencio compadecido de aquel animal, abrió la puerta
trasera de su coche y la perra, dio un salto y se acomodó en el asiento. Estaba
claro, estaba acostumbrada a viajar. Dieron unas cuantas vueltas a la
urbanización para ver si el animal reconocía algo y en vista de que no
encontraron a nadie, decidieron llevarla a Madrid con ellos. Cuando llegaron a
su casa, la alegría que les dieron a sus hijos no pudo ser mayor. Enseguida se
encariñaron, jugaron con ella y el animal se portó como si hubiese vivido con
ellos toda la vida. De nombre le pusieron “Lara” y por la mañana en cuanto los
niños partieron para el colegio, Pilar se fue al veterinario para que la
reconociese y viese si podían a través de su chip a quien pertenecía. Nada se
sabía de sus amos pues no llevaba la documentación oportuna puesta. La puso
toda clase de vacunas y la acomodó para que se pudiese quedar a vivir con
ellos. Pasaron cuatro o cinco semanas y los viernes como de costumbre acudían a
su casa de campo. La perra se sentía feliz con los niños, pero una mañana en
que la perra y los niños jugaban en el jardín, tocaron a la puerta unos señores
bastante mal encarados. Cuando Pilar salió a abrir, de muy malos modos le
dijeron que la perra era de ellos. Pilar les pidió explicaciones y que
demostrasen con algún documento que decían la verdad, ellos se negaron
solamente decían que era suya y que si no se la devolvía la denunciarían. Ella
les enseñó toda la cartilla y las facturas que tenía del veterinario, pero
ellos seguían insistiendo en que era suya. La perra realmente pareció
reconocerlos. Los niños lloraban amargamente diciendo que era su perra, pero
tras de mucho pelear, se marcharon. Al rato volvieron a la carga y uno de ellos
le enseñó a Pilar una placa de policía o a ella así le pareció pues es lo que
el individuo argumentó que era. Se llevaron al animal y nunca más supieron de
él. Solo tenían la referencia del veterinario de que era un pastor alemán de
los que utiliza la policía para su trabajo y que valdría buen dinero.
Tanto disgusto se llevó toda la familia, que a los pocos días, el abuelo, apareció en casa con un cachorro recién
nacido. Nuka fue su nombre. Fue la felicidad de todos, la criaron desde biberón,
luego carne picada etc.. El animalito iba creciendo, viajaba al campo todas las
semanas, jugaba con los niños al futbol y la pobre que balonazos se llevaba,
pero como se divertía regateando a los niños, parecía uno más de ellos, hacía
las delicias de todos.
Cuando el abuelo llegaba a casa en Madrid, sin saberlo nadie, la perra le
anunciaba, enseguida decía Pilar a los niños, el abuelo está aparcando. Ella
normalmente en el piso no se movía de la entrada, pero ¿cómo sabría ella que el
abuelo llegaba si era un séptimo piso donde vivían?, en ese momento se ponía
toda nerviosa y se iba desde la puerta de entrada hasta la ventana del cuarto
de estar a toda velocidad. Al momento tocaban en el portal, En efecto era el
abuelo, sentía debilidad por él. Siempre le llevaba alguna chuche como a los
nietos. Los sábados pasaba lo mismo, cuando se colocaba detrás de la verja del
jardín y la corría de un lado a otro sin parar es que ya llegaban los abuelos.
Era un animal muy especial además de bonita era muy lista, sabía todos los
movimientos de la casa. Cuando llegaba el panadero, aunque no le hubiese oído
Pilar ella se encargaba de avisarla. Era un pastor alemán alsaciano y dicen que
es un animal muy inteligente. Por las noches en la casa de campo, cuando todos
se habían acostado, iba con mucho cuidado y se subía en el sofá, donde Pilar
jamás la dejaba subir, pero si por casualidad la veía llegar, se bajaba
rápidamente e iba mirando hacia otro lado como si ella no hubiese hecho nada.
Después de comer los sábados al abuelo le gustaba tumbarse a dormir la siesta
debajo de la encina, ella siempre se iba detrás de él y se echaba a su lado.
Un día de julio, el abuelo los niños y Pilar, salieron a comprar y la
perra se quedó sola con la abuela. En el centro de Collado Villalba, al abuelo
le dio un infarto y murió en la calle. Cuando volvió a casa, lo hizo en una
ambulancia pero ya sin vida. A la perra la ataron a una encina al final de la
parcela para evitar que estuviese entre tanto jaleo que se armó y evitar algún
otro disgusto. Rompió varias veces el collar y se soltó de la cadena, saliendo
corriendo y sin poder evitar que entrase en la habitación donde estaba el
cadáver, lamiendo con desesperación sus manos. Al final hubo que encerrarla en
el sótano. Después del entierro y una
vez que el coche del abuelo se llevó nuevamente a la parcela, se pasó días y
días junto al coche.
Cuando se terminaron las vacaciones y volvieron a Madrid, los viernes
cuando llegaban de nuevo la casa de campo, lo primero que hacía era entrar en
la habitación donde había estado el cuerpo del abuelo y se pasaba un buen rato
oliendo por todos los rincones. Seguía buscándolo, eso lo hizo durante seis
años hasta que la familia se trasladó a vivir definitivamente a esa casa.
PILAR MORENO
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