martes, 19 de febrero de 2013

LA FIDELIDAD




En una tarde de invierno en que habían ido a dar una vuelta por su casa de campo, Florencio y Pilar se encontraron con una linda perrita. Era muy cariñosa y parecía haber estado en familia pues no se les separaba. Le dieron comida y agua para beber y cuan do llegó la hora de partir, la perra seguía al coche a toda velocidad. Florencio compadecido de aquel animal, abrió la puerta trasera de su coche y la perra, dio un salto y se acomodó en el asiento. Estaba claro, estaba acostumbrada a viajar. Dieron unas cuantas vueltas a la urbanización para ver si el animal reconocía algo y en vista de que no encontraron a nadie, decidieron llevarla a Madrid con ellos. Cuando llegaron a su casa, la alegría que les dieron a sus hijos no pudo ser mayor. Enseguida se encariñaron, jugaron con ella y el animal se portó como si hubiese vivido con ellos toda la vida. De nombre le pusieron “Lara” y por la mañana en cuanto los niños partieron para el colegio, Pilar se fue al veterinario para que la reconociese y viese si podían a través de su chip a quien pertenecía. Nada se sabía de sus amos pues no llevaba la documentación oportuna puesta. La puso toda clase de vacunas y la acomodó para que se pudiese quedar a vivir con ellos. Pasaron cuatro o cinco semanas y los viernes como de costumbre acudían a su casa de campo. La perra se sentía feliz con los niños, pero una mañana en que la perra y los niños jugaban en el jardín, tocaron a la puerta unos señores bastante mal encarados. Cuando Pilar salió a abrir, de muy malos modos le dijeron que la perra era de ellos. Pilar les pidió explicaciones y que demostrasen con algún documento que decían la verdad, ellos se negaron solamente decían que era suya y que si no se la devolvía la denunciarían. Ella les enseñó toda la cartilla y las facturas que tenía del veterinario, pero ellos seguían insistiendo en que era suya. La perra realmente pareció reconocerlos. Los niños lloraban amargamente diciendo que era su perra, pero tras de mucho pelear, se marcharon. Al rato volvieron a la carga y uno de ellos le enseñó a Pilar una placa de policía o a ella así le pareció pues es lo que el individuo argumentó que era. Se llevaron al animal y nunca más supieron de él. Solo tenían la referencia del veterinario de que era un pastor alemán de los que utiliza la policía para su trabajo y que valdría buen dinero.
Tanto disgusto se llevó toda la familia, que a los pocos días,  el abuelo, apareció en casa con un cachorro recién nacido. Nuka fue su nombre. Fue la felicidad de todos, la criaron desde biberón, luego carne picada etc.. El animalito iba creciendo, viajaba al campo todas las semanas, jugaba con los niños al futbol y la pobre que balonazos se llevaba, pero como se divertía regateando a los niños, parecía uno más de ellos, hacía las delicias de todos.
Cuando el abuelo llegaba a casa en Madrid, sin saberlo nadie, la perra le anunciaba, enseguida decía Pilar a los niños, el abuelo está aparcando. Ella normalmente en el piso no se movía de la entrada, pero ¿cómo sabría ella que el abuelo llegaba si era un séptimo piso donde vivían?, en ese momento se ponía toda nerviosa y se iba desde la puerta de entrada hasta la ventana del cuarto de estar a toda velocidad. Al momento tocaban en el portal, En efecto era el abuelo, sentía debilidad por él. Siempre le llevaba alguna chuche como a los nietos. Los sábados pasaba lo mismo, cuando se colocaba detrás de la verja del jardín y la corría de un lado a otro sin parar es que ya llegaban los abuelos. Era un animal muy especial además de bonita era muy lista, sabía todos los movimientos de la casa. Cuando llegaba el panadero, aunque no le hubiese oído Pilar ella se encargaba de avisarla. Era un pastor alemán alsaciano y dicen que es un animal muy inteligente. Por las noches en la casa de campo, cuando todos se habían acostado, iba con mucho cuidado y se subía en el sofá, donde Pilar jamás la dejaba subir, pero si por casualidad la veía llegar, se bajaba rápidamente e iba mirando hacia otro lado como si ella no hubiese hecho nada. Después de comer los sábados al abuelo le gustaba tumbarse a dormir la siesta debajo de la encina, ella siempre se iba detrás de él y se echaba a su lado.
Un día de julio, el abuelo los niños y Pilar, salieron a comprar y la perra se quedó sola con la abuela. En el centro de Collado Villalba, al abuelo le dio un infarto y murió en la calle. Cuando volvió a casa, lo hizo en una ambulancia pero ya sin vida. A la perra la ataron a una encina al final de la parcela para evitar que estuviese entre tanto jaleo que se armó y evitar algún otro disgusto. Rompió varias veces el collar y se soltó de la cadena, saliendo corriendo y sin poder evitar que entrase en la habitación donde estaba el cadáver, lamiendo con desesperación sus manos. Al final hubo que encerrarla en el sótano.  Después del entierro y una vez que el coche del abuelo se llevó nuevamente a la parcela, se pasó días y días junto al coche.
Cuando se terminaron las vacaciones y volvieron a Madrid, los viernes cuando llegaban de nuevo la casa de campo, lo primero que hacía era entrar en la habitación donde había estado el cuerpo del abuelo y se pasaba un buen rato oliendo por todos los rincones. Seguía buscándolo, eso lo hizo durante seis años hasta que la familia se trasladó a vivir definitivamente a esa casa.

PILAR MORENO

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