martes, 19 de febrero de 2013

TONTUSO ÉL



Un hombre pequeño, casado con una gran mujer y lo de gran era por la estatura, acomplejado de todo y dándoselas de sabiondo, se dedicaba a asustar a los amigos. Les quería hacer ver que él tenía mucha energía y con sus poderes les iba a hacer tener accidentes, a pinchar las ruedas de sus coches etc..
Todos los amigos, como él casados y con hijos, se divertían con él pues ciertamente era muy simpático y hacían gracia sus historias. De este acontecido, hace ya muchos años. Una noche de verano, todos reunidos en una terraza tomando el fresco, comenzó a relatar sus hazañas. Comentaba que cuando se acostaba, soñaba con los problemas de su trabajo y sobrevolando el edificio de su empleo, arreglaba todo lo que durante el día o días no había conseguido hacer despierto. Todos le miraban y cada uno daba su opinión, unos decían que no era posible, otros que era un genio, otros le pedían que les diese clases pues aquello era magnifico. En definitiva era el bufón de la pandilla.
Una noche al despedirse,  fue diciendo lo que a cada uno le iba a suceder esa noche. Entre risas todos se fueron a dormir. Los de la casa de al lado, se acostaron y al poco rato se despertó uno de sus hijos pidiendo agua. La vecina, dio agua al niño y se le ocurrió en aquel momento gastar una broma al pobre infeliz. A través de las persianas y sin ser vista, desfigurando la voz, como si fuese un espectro, comenzó a decir.
“Leopoldo, veeeennnnnn”
“Leopoldo, veeeeennnnnn”
Sal que te estoy esperando.
Sin más, Cecilia la vecina, se acostó y casi cuando se estaba quedando dormida, oyó como aporreaban su puerta. Se levantó de un salto y miró por las cristaleras del porche. No lo podía creer. Era Leopoldo, ataviado con su pijama, una bata larga de su mujer que se le salía por todos los sitios y sendos cuchillos en las manos. Él sí que parecía un fantasma. Cecilia, abrió la puerta y con sorpresa le preguntó.
¿Qué te pasa Leopoldo, donde vas así?
Tartamudeando, le pidió a Cecilia que saliese Víctor, su marido, pues en la parcela había un ser extraño que lo había llamado.
Víctor salió, asustado, pues no sabía nada de lo que su esposa había hecho a través de las persianas.
¿Qué te pasa Leopoldo?
Veniros a casa corriendo, hay alguien que nos quiere hacer daño. Tengo a Mari y a las niñas llorando. ¡Qué susto tan grande tenemos!
Víctor, se puso un pantalón y se marchó con él. Las casas estaban juntas, de puerta a puerta no habría más de 10 metros. Cecilia se caló su bata y salió tras de ellos. Cuando entraron en aquella casa, era un autentico cuadro. Mari abrazada a sus hijas en un rincón de la habitación llorando a moco tendido. Debe de haber un fantasma, -vámonos de aquí-  que va a ser de nuestras niñas.
Víctor y Cecilia no sabían cómo consolarlos.  Leopoldo, daba vueltas por la casa buscando por todos los sitios. Claro era que nada iba a encontrar. Hizo salir a Víctor a buscar por el jardín, eso sí cargados hasta los dientes de cuchillos. Nada tampoco. Cecilia había dejado a sus hijos durmiendo en su casa y Mari toda su obsesión era que los despertase no les fuese atacar a ellos al estar solos. Cecilia muy tranquila iba de vez en cuando a mirarles, pero solo ella sabía la procedencia del fantasma. La broma le costón una noche de insomnio, hasta que amaneció, no les dejaron que se fuesen a su casa.
Cuando por fin se pudieron quedar a solas, Cecilia, contó a su marido lo que había pasado y soltó a reír sin parar pues nunca hubiese imaginado el espectáculo que se organizó. Víctor, también riéndose, no de lo que había hecho su mujer, pero sí de cómo estaba el pobre Leopoldo disfrazado y el susto que encima tenía. Por la mañana Víctor salió a trabajar. Más dormido que de costumbre y cuál fue su sorpresa. Leopoldo, estaba preparando unos cartuchos de sal y gasolina. Pensaba disparar con ellos a cualquier extraño que se acercase por la casa. Perdió bastante tiempo en tratar de disuadirlo para que no lo hiciese. Desde el trabajo, llamó a Pepe, otro de los vecinos y le contó lo sucedido. Éste, mayor que los anteriores y con más experiencia, se pasó por la casa como si estuviese dando un paseo. Leopoldo, le contó el suceso y sus intenciones. Pepe consiguió hacerlo entrar en razón y le dijo que podría haber sido la broma de alguien. Pero que no tenía importancia, debía olvidarlo, por allí que fantasmas iba a haber.
Entonces Leopoldo pensó que habría sido Carmelo, un vecino de su parte trasera, con el cual no se llevaba demasiado bien. A la anochecida, apareció con unos palos envueltos con trapos en la punta, a modo de antorchas y una lata de gasolina y le pidió a Víctor que lo acompañase a quemar la casa de Carmelo. Eso no puedes hacerlo, estás loco, acabarás en la cárcel si lo haces. Él seguía en sus trece, hasta que acertó a pasar por allí David, otro vecino con pinta un poco siniestra pero muy guasón. Leopoldo enseguida le contó el hecho. David, muy tranquilote él, logró que dejase todos esos malos pensamientos a un lado. Persuadido de sus intenciones, aceptó a ir a casa de David junto con Víctor a tomar una copa. Los dos siempre iban acompañados de sus respectivos hijos.
Al llegar a casa de David, su esposa buena mujer y amante de los gatos, estaba con uno de los mininos en brazos. El pobre había nacido solo con tres patas. Víctor tiró una colilla al suelo y la empujó debajo de unas plantas. Le dio en el brazo a Leopoldo y le dijo: Joder macho, estas son plantas carnívoras, has visto como se ha comido la colilla de inmediato, seguro que es la que se ha comido la pata del gato. Leopoldo sin más pegó un empujón a sus hijas y las sacó del jardín sin dar tiempo a más explicaciones. Él salió detrás y nunca más volvió a poner los pies en casa de David. Todo el pueblo se enteró de que había plantas carnívoras en esa casa y tenían a los gatos para alimentarlas.
Al cabo del tiempo, fue Leopoldo con su esposa e hijas a la feria de otro pueblo, se montó con ellas en el tren de la bruja. Era su atracción favorita. Cuando salió la bruja, se agarró a la escoba y la bruja al querer quitársela, forcejeó un poco, con tan mala suerte que Leopoldo cayó a las vías. El tren lo pasó por encima y casi se muere el pobre Leopoldo. Siempre había presumido de que el le quitaba la escoba. Le costó caro su fanfarroneo. Estuvo ingresado mucho tiempo y no quedó del todo bien. Bueno, no mucho peor de lo que siempre había estado mentalmente.

PILAR MORENO

  

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