Un hombre pequeño, casado con una gran mujer y lo de gran era por la
estatura, acomplejado de todo y dándoselas de sabiondo, se dedicaba a asustar a
los amigos. Les quería hacer ver que él tenía mucha energía y con sus poderes
les iba a hacer tener accidentes, a pinchar las ruedas de sus coches etc..
Todos los amigos, como él casados y con hijos, se divertían con él pues
ciertamente era muy simpático y hacían gracia sus historias. De este
acontecido, hace ya muchos años. Una noche de verano, todos reunidos en una
terraza tomando el fresco, comenzó a relatar sus hazañas. Comentaba que cuando
se acostaba, soñaba con los problemas de su trabajo y sobrevolando el edificio
de su empleo, arreglaba todo lo que durante el día o días no había conseguido
hacer despierto. Todos le miraban y cada uno daba su opinión, unos decían que
no era posible, otros que era un genio, otros le pedían que les diese clases
pues aquello era magnifico. En definitiva era el bufón de la pandilla.
Una noche al despedirse, fue diciendo
lo que a cada uno le iba a suceder esa noche. Entre risas todos se fueron a
dormir. Los de la casa de al lado, se acostaron y al poco rato se despertó uno
de sus hijos pidiendo agua. La vecina, dio agua al niño y se le ocurrió en
aquel momento gastar una broma al pobre infeliz. A través de las persianas y
sin ser vista, desfigurando la voz, como si fuese un espectro, comenzó a decir.
“Leopoldo, veeeennnnnn”
“Leopoldo, veeeeennnnnn”
Sal que te estoy esperando.
Sin más, Cecilia la vecina, se acostó y casi cuando se estaba quedando
dormida, oyó como aporreaban su puerta. Se levantó de un salto y miró por las
cristaleras del porche. No lo podía creer. Era Leopoldo, ataviado con su
pijama, una bata larga de su mujer que se le salía por todos los sitios y sendos
cuchillos en las manos. Él sí que parecía un fantasma. Cecilia, abrió la puerta
y con sorpresa le preguntó.
¿Qué te pasa Leopoldo, donde vas así?
Tartamudeando, le pidió a Cecilia que saliese Víctor, su marido, pues en
la parcela había un ser extraño que lo había llamado.
Víctor salió, asustado, pues no sabía nada de lo que su esposa había
hecho a través de las persianas.
¿Qué te pasa Leopoldo?
Veniros a casa corriendo, hay alguien que nos quiere hacer daño. Tengo a
Mari y a las niñas llorando. ¡Qué susto tan grande tenemos!
Víctor, se puso un pantalón y se marchó con él. Las casas estaban juntas,
de puerta a puerta no habría más de 10 metros. Cecilia se caló su bata y salió
tras de ellos. Cuando entraron en aquella casa, era un autentico cuadro. Mari
abrazada a sus hijas en un rincón de la habitación llorando a moco tendido.
Debe de haber un fantasma, -vámonos de aquí-
que va a ser de nuestras niñas.
Víctor y Cecilia no sabían cómo consolarlos. Leopoldo, daba vueltas por la casa buscando
por todos los sitios. Claro era que nada iba a encontrar. Hizo salir a Víctor a
buscar por el jardín, eso sí cargados hasta los dientes de cuchillos. Nada
tampoco. Cecilia había dejado a sus hijos durmiendo en su casa y Mari toda su
obsesión era que los despertase no les fuese atacar a ellos al estar solos.
Cecilia muy tranquila iba de vez en cuando a mirarles, pero solo ella sabía la
procedencia del fantasma. La broma le costón una noche de insomnio, hasta que
amaneció, no les dejaron que se fuesen a su casa.
Cuando por fin se pudieron quedar a solas, Cecilia, contó a su marido lo
que había pasado y soltó a reír sin parar pues nunca hubiese imaginado el
espectáculo que se organizó. Víctor, también riéndose, no de lo que había hecho
su mujer, pero sí de cómo estaba el pobre Leopoldo disfrazado y el susto que
encima tenía. Por la mañana Víctor salió a trabajar. Más dormido que de
costumbre y cuál fue su sorpresa. Leopoldo, estaba preparando unos cartuchos de
sal y gasolina. Pensaba disparar con ellos a cualquier extraño que se acercase
por la casa. Perdió bastante tiempo en tratar de disuadirlo para que no lo
hiciese. Desde el trabajo, llamó a Pepe, otro de los vecinos y le contó lo
sucedido. Éste, mayor que los anteriores y con más experiencia, se pasó por la
casa como si estuviese dando un paseo. Leopoldo, le contó el suceso y sus
intenciones. Pepe consiguió hacerlo entrar en razón y le dijo que podría haber
sido la broma de alguien. Pero que no tenía importancia, debía olvidarlo, por
allí que fantasmas iba a haber.
Entonces Leopoldo pensó que habría sido Carmelo, un vecino de su parte
trasera, con el cual no se llevaba demasiado bien. A la anochecida, apareció
con unos palos envueltos con trapos en la punta, a modo de antorchas y una lata
de gasolina y le pidió a Víctor que lo acompañase a quemar la casa de Carmelo.
Eso no puedes hacerlo, estás loco, acabarás en la cárcel si lo haces. Él seguía
en sus trece, hasta que acertó a pasar por allí David, otro vecino con pinta un
poco siniestra pero muy guasón. Leopoldo enseguida le contó el hecho. David,
muy tranquilote él, logró que dejase todos esos malos pensamientos a un lado.
Persuadido de sus intenciones, aceptó a ir a casa de David junto con Víctor a
tomar una copa. Los dos siempre iban acompañados de sus respectivos hijos.
Al llegar a casa de David, su esposa buena mujer y amante de los gatos,
estaba con uno de los mininos en brazos. El pobre había nacido solo con tres
patas. Víctor tiró una colilla al suelo y la empujó debajo de unas plantas. Le
dio en el brazo a Leopoldo y le dijo: Joder macho, estas son plantas
carnívoras, has visto como se ha comido la colilla de inmediato, seguro que es
la que se ha comido la pata del gato. Leopoldo sin más pegó un empujón a sus
hijas y las sacó del jardín sin dar tiempo a más explicaciones. Él salió detrás
y nunca más volvió a poner los pies en casa de David. Todo el pueblo se enteró
de que había plantas carnívoras en esa casa y tenían a los gatos para
alimentarlas.
Al cabo del tiempo, fue Leopoldo con su esposa e hijas a la feria de otro
pueblo, se montó con ellas en el tren de la bruja. Era su atracción favorita.
Cuando salió la bruja, se agarró a la escoba y la bruja al querer quitársela,
forcejeó un poco, con tan mala suerte que Leopoldo cayó a las vías. El tren lo
pasó por encima y casi se muere el pobre Leopoldo. Siempre había presumido de
que el le quitaba la escoba. Le costó caro su fanfarroneo. Estuvo ingresado
mucho tiempo y no quedó del todo bien. Bueno, no mucho peor de lo que siempre
había estado mentalmente.
PILAR MORENO
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