Desde el
día 12 de marzo estoy confinada en mi casa, vivo sola ya que soy viuda desde
hace dieciocho meses. Me había acostumbrado, si es que alguien es capaz de
acostumbrarse a esta situación, pero ahora es cuando realmente me estoy dando
cuenta de lo que es la soledad impuesta. Desde que mi esposo se marchó, si que
me sentía sola, pero de diferente forma. Dada mi forma de ser, no dejé, desde
el primer día, mis actividades diarias, de salir a tomar un aperitivo con mis
compañeras, a hacer mis compras diarias, al cine a pasear y desgraciadamente
también a varios médicos por cuestiones de salud. Todo llevándolo con la mayor
dignidad posible.
Ahora ha
llegado esta maldita pandemia y de la noche a la mañana ya no hemos podido
volver a salir a la calle. Yo al menos no lo he hecho pues soy persona mayor y
de alto riesgo por mis dolencias.
Diariamente
se ha impuesto el salir a los balcones para aplaudir a los sanitarios, policías
y demás personal de servicios que gracias a ellos los que estamos confinados
podemos subsistir. Yo no aplaudo pues mi casa, aunque tiene una tremenda
terraza, también tiene un muro que la rodea y no veo a nadie. Escucho las
bocinas de los coches y las sirenas a lo lejos y los únicos balcones que veo no
sale nadie. O salen por otro lado. Entonces rezo un Padre Nuestro y un Ave
María, creo que les puede llegar y Dios Nuestro Señor les ayudará y les
protegerá pues en manos de él estamos.
Por otro
lado, no puedo hacer ejercicio, mis convicciones me lo impiden y doy paseos a
la terraza cuando la lluvia me lo permite, que llevamos unos días que no para
de caer agua como si no hubiese llovido nunca. Me deleito con las plantas que
tengo, que son muchas y están preciosas, cuando salga un poco el sol esto va a
ser un vergel.
PILAR
MORENO 17 abril 2020
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