Era un niño de pelo moreno, grandes ojos negros muy espigado para su
corta edad, vivía en un pequeño pueblo de la montaña palentina rodeado de
ganaderías y grandes prados. A la salida de la escuela, Alonso que así se
llamaba nuestro amigo, le gustaba ir a pasear mientras merendaba hacia el
camino por el que las vacas regresaban al pueblo para ser guardadas en los
establos. Era muy espabilado y conocía bien a todos los animales, los de sus
padres y los de los vecinos, sabía el nombre de cada una y además el camino que
tomaban para ir a sus establos, siempre hacían el mismo recorrido, muy raro era
que cambiasen de actitud. Una vez encerradas cada una en su lugar, su padre se
disponía a ordeñarlas como cada día. Era la hora justa de hacerlo después de
haber pasado toda la jornada pastando en el monte. Era una leche de gran
calidad, gorda, de la cual se podía sacar una mantequilla extraordinaria, la que
encantaba a Alonso para sus desayunos y meriendas.
Lucerita, una de las vacas más viejas del establo estaba a punto de parir
y se la veía rara. Por la noche después de ordeñada, se tumbó y no quiso comer ni beber nada. Su padre le dijo: Hijo
esta parirá esta noche o lo más tardar mañana.
Padre, me gustaría estar presente, no cree que ya tengo edad para verlo y
además por si hay que ayudarle, ya sabe que madre está delicada y prefiero que
descanse que bastante faena tiene ya durante el día.
Está bien hijo, si ese es tu deseo a la hora que sea te avisaré para que
estés presente.
De madrugada Alonso sintió como su padre lo despertaba; vamos hijo la
Lucerita está pariendo. Salto de un brinco de la cama y bajó como un autentico
rayo para la cuadra. En efecto la Lucerita ya tenía las patas del chotillo
fuera pero a ella se la veía muy débil, jadeaba demasiado y se balanceaba de un
lado para otro como si le faltasen las fuerzas para seguir en pie. ¿Padre,
usted cree que todo va bien? Si muchacho, es mucho esfuerzo el que tiene que
hacer, como se nota que es la primera vez que lo ves. Además es bastante grande
lo que viene. La Lucerita es fuerte, es de las mejores que tenemos y lleva ya
muchos partos, este será uno más.
Padre pues yo no la veo bien. Apenas terminaba de decir Alonso estas
palabras, salió disparado el resto del chotillo, a la vez que La Lucerita caía
de golpe al suelo. ¡Ay Dios que se nos muere exclamó con gran angustia! mire
padre, está muerta. ¿Ahora qué hacemos? Hemos de limpiar al ternerillo antes de
que termine de ponerse en pie. Dispuesto cogió unos trapos y manos a la obra se
puso a limpiar al animalito. Mientras lo hacía y con lágrimas en los ojos le
decía te vas a llamar Lucerito igual que tu madre y serás criado a biberón por
nosotros. No ha de pasarte nada aunque tu madre no esté para ayudarte. Pasadas
unas horas, llegó el veterinario para certificar la muerte de la pobre Lucerita
y así poder deshacerse del cuerpo. Su padre hombre rudo donde los hubiese,
maldecía sin parar pues la muerte de la Lucerita suponía una gran pérdida
económica para la familia. Era una de las vacas a las que más rendimiento había
sacado en los años que había estado con ellos,
tenía una extraordinaria leche. Había sido la que más veces había parido
grandes terneros de los que había podido sacar buenos cuartos para poder
alimentar a su familia e ir engrandeciendo la cuadra.
Para Alonso había sido una experiencia única con la cual se consideraba
ya un hombre por haber podido ayudar a su padre, pero con la gran tristeza de
haber perdido a una de sus vacas. Cuando fue a la escuela contó su historia con
gran entusiasmo pues para él había sido dar un salto en su vida. Se estaba
haciendo un chico mayor.
ALONSO –
(EL CUENTO DE NAVIDAD)
Alonso iba creciendo, en el pueblo donde habitaba, un zagal de 15 años
recién cumplidos es ya casi un hombre al menos en tareas y obligaciones. Dado
que sus dos hermanas mayores, Romualda y Petronila ya andaban trabajando fuera
de la casa paterna. Romualda servía en la casa del médico del pueblo vecino que
a la vez lo era de varios pueblos a la redonda dada la escasa población de los mismos
y Petronila cuidaba los niños del farmacéutico; Alonso había de hacerse cargo
de varias tareas para ayudar al padre, pues Genaro ya se estaba haciendo mayor
y necesitaba sobre todo ayuda con el ganado.
Adelaida, la madre con atenderla casa, los cochinos y las gallinas tenía bastante pues la mujer
estaba delicada de salud desde hacía años. La pequeña, Marcela que así se
llamaba ayudaba en lo que podía en la casa amén a ir a la escuela, por eso
nuestro Alonso, andaba siempre con las vacas subiendo y bajando al monte, a su
regreso a ordeñar, a limpiar la cuadra y todo lo que hiciese falta. También
acudía a la escuela y como decía la maestra Doña Engracia, era una pena que un
muchacho tan avispado, hubiese de estar más al trabajo que a los estudios pues
era una persona de la que se podría sacar muy buen provecho dadas las grandes
aptitudes que poseía.
Un día ya cerca de Navidad, había ido a la escuela, que se hallaba en el
pueblo de al lado, y la maestra dijo que a ver si entre todos los chavales
podían hacer una colecta, no de dinero pero si de alimentos, para una familia
que estaba muy necesitada de otro pueblo cercano. Alonso escuchó con atención y
se enteró de donde vivía dicha familia. Al salir de la escuela, iba cabizbajo y
meditabundo hacia su casa, sabía que allí no sobraban demasiadas cosas pero
ellos al menos tenían lo suficiente para comer y nada preciso tampoco les
faltaban. Al llegar a casa contó a su madre lo sucedido preguntándole ¿qué
podría hacer él para remediar en algo aquella situación? Su madre se quedó un
poco aturdida y no supo que contestarle, esperarían a que llegase Genaro para
contárselo. Alonso seguía dando vueltas a su cabeza y de pronto zas, ya sabía
lo que iba a hacer.
Una de las cerdas había parido, había sido una gran camada y no tenía
tetas para alimentar a tantos, con lo cual les llevaría un par de los
lechoncillos a esa familia, así como dos docenas de huevos un pan y algo de la
matanza que su madre había hecho. Dicho y hecho, preparó un buen cesto y al
punto se puso en marcha para que esa familia pasase una Nochebuena feliz. Raudo
y veloz, llegó a la casa y cuando le abrieron la puerta se presentó a
los dueños y la misión que le había hecho llegar hasta allí. No podían
creer lo que estaban sucediendo. Parecía que habían llegado los reyes con
antelación, iban a ser las mejores navidades que habían pasado en muchos años
pues su pobreza venía de antaño, daban saltos de alegría sobre todo los
zagalillos que estaban acostumbrados a cenar unas sopas de pan y leche y eso
cuando había para ello. Le dieron miles de veces las gracias pero para él había
sido una obligación, atendiendo a una voz que salía de su corazón.
Alonso regresaba a su casa henchido de felicidad por haber logrado hacer
felices a los miembros de aquella familia que tantos apuros estaban pasando. Al
llegar a ella, Genaro malhumorado y con la rudeza que acostumbraba a hablar le
preguntó de dónde venía. El muchacho con toda naturalidad le contó lo que había
hecho y antes de que le pudiese regañar, dio rienda suelta a su ingenio y así
dejar convencido al padre. “Mire padre, me he permitido regalar a esa familia
tan necesitada un par de cochinillos de nuestra cerda, a Vd. no ha de parecerle
mal pues así ellos van a cenar carne y a
nosotros no se nos morirán esos dos lechoncillos, pues ya sabe Vd. que si la
cerda no los alimenta los perderíamos de todas formas”. El padre, quedó
pensativo sin decir palabra durante un rato, después miró a su esposa y le dijo
¿has visto mujer que hijo tenemos? Me siento muy orgulloso de ti y de tus
sentimientos hijo, no esperaba que hicieses nada menos ante tal situación.
Llegó la Nochebuena y la familia socorrida dio gracias a Dios por los
alimentos que esa noche habían podido tomar dado el buen corazón de su
benefactor y en casa de nuestro amigo Alonso, también la celebraron con gran
alegría pensando que esa familia al
menos por aquella noche habían podido cenar algo mejor de lo que su pobreza les
permitía. Después todos acudieron a la Misa del Gallo y fue una Navidad de lo
más feliz para todos.
ALONSO SALE
DE SU PUEBLO
Nuestro amigo Alonso ha terminado sus estudios básicos en el colegio del
pueblo pero él aspira a no ser un simple granjero y labrador. Aunque sabe que
eso siempre le permitirá tener sus necesidades cubiertas, tiene otras aspiraciones.
El legado paterno, habrá de repartirse entre los cuatro hermanos y aunque él es
el único varón, sería muy posible que fuese el que tuviese que trabajar y dar
parte a las hermanas que por ser mujeres y ya trabajar fuera de la casa nunca
se harían cargo de las tierras ni del ganado. No estaba dispuesto a eso. Ya
decía Doña Engracia, la maestra que podría llegar a donde quisiera pues era muy
trabajador y su mente muy amplia para poder hacer alguna carrera sin esfuerzo.
El retraso que había llevado en sus estudios de la escuela, simplemente se
debían al trabajo que hacía pero iba al mismo ritmo que los zagales que acudían
a diario y a veces algo más aventajado debido a su esfuerzo.
Tuvo que hacer el bachillerato en el
instituto que había en el pueblo más grande de los de alrededor, Cervera
de Pisuerga. Allí, iba a diario, no sin
esfuerzo, pues debía ir en bicicleta que era el único medio de transporte que
poseía. También lo sacó con buenas notas aunque cuando volvía a su casa seguía
ayudando en las tareas de ganado.
Alonso después de mucho cavilar, se dispuso una mañana a hablar con
Genaro, su padre y a explicarle los motivos por los que quería partir a la gran
ciudad y buscar una forma de vida diferente a la que hasta ahora había llevado.
Le daba mucha pena separarse de ellos, sabía que para Adelaida su madre, sería
un duro golpe pues era su ojo derecho pero habría de ser así. Una vez estuvo
frete a ellos, les contó sus proyectos. Era muy joven todavía y estaba a tiempo
de poder emprender alguna carrera que le ofreciese un porvenir muy diferente al
que hasta ahora divisaba. Aún era época de poder matricularse en algún curso en
la gran ciudad por lo que preparó su pequeña maleta y al día siguiente partió
para Madrid en tren con los ahorrillos que tenía y lo que Genaro le pudo
aportar para el primer envite.
Se apeó del tren en la estación de Atocha. Aunque nunca había estado en
la capital, le habían dicho que era de lo más céntrico para sus propósitos. Una
vez en la calle, se sintió como aturdido por el gentío y la amplitud de la
calle, aunque se lo imaginaba nunca pensó que era tan grande. Todo su pueblo
cogía en aquella gran plaza. Anduvo un poco y cruzó la calle pues en la acera
de enfrente diviso que había bares y comercio y se dirigió allí para preguntar.
En el primero que entró le encaminaron muy bien hacia una pensión muy cercana
en la misma calle de Atocha. Allí lo tratarían amablemente pues eran una madre
y una hija y se dedicaban a dar aposento a estudiantes recién llegados a la
capital. Se dirigió hacia la casa y en efecto
fue recibido con agrado y le enseñaron lo que sería su cuarto en
adelante. A la hora de la comida
preguntó donde podría informarse para hacer algún cursillo puente antes
de entrar en la universidad pues estaba muy desorientado. María que así se
llamaba la hija de la posadera Doña Gertrudis, había sido estudiante no hacía
tanto tiempo. Se brindó a acompañarlo en sus primeros pasos por la ciudad. Hizo
muy bien de cicerone, le iba enseñando todo lo que podía de Madrid mientras se
encaminaban al Inem para que se apuntase al paro y después comenzar con los
cursillos que allí le proporcionasen, pero él tenía las ideas muy claras. Su
intención era comenzar una enfermería y después ya se vería.
Se apuntó en la escuela de enfermeros/as con idea de conseguir una
licenciatura. Se dio cuenta de que no era precisamente económico el coste de
cada curso por lo que una vez visto el horario que iba a tener, se decidió a
buscar un trabajo para ayudar al pago de los estudios, pues no quería sangrar a
sus padres. María lo animó mucho y de vuelta a la casa se pasaron por el bar en
el cual Alonso había pedido información. Eran buenos amigos de Doña Gertrudis y
de su hija, por eso cuando lo vieron entrar con María y esta exponerles sus
intenciones, no dudaron en darle un empleo de camarero, dejándole compaginar
sus horas lectivas con las de trabajo. De ese modo Alonso podría sacar unos
buenos cuartos para ayudar a costear su carrera.
Cuando llegaron a casa de Doña
Gertrudis, esta se puso muy contenta,
pues a simple vista se le veía tan buena persona al muchacho que le parecía una
excelente idea lo que le acababan de contar. Enseguida Alonso llamó a sus
padres a contarles todo lo que había acontecido y la impresión que la gran
ciudad le había causado. Sus padres al oírle tan feliz, solo pudieron alegrase
y darle ánimos para el comienzo de su nueva aventura. Faltaban diez días para
el comienzo del curso y mientras Alonso no había faltado a su trabajo en el
bar. Tenía maña el “condenao”. Así se manifestaba su jefe, este chico promete,
a pesar de su juventud hay pocos tan trabajadores como él. Esperemos que siga
así cuando comience los estudios.
Llegó el tan esperado día de incorporarse a la facultad y nunca hubiese
podido esperar tanta gente en una sola clase. Él acostumbrado a su escuela de
pueblo. Eran cuatro gatos como decía Doña Engracia. Habría de escribirla y
contarle con detalle, todo lo que allí sucedía, sabía que se iba a alegrar de
saberlo estudiando una carrera. Alonso era abierto de carácter y no tuvo
problemas en relacionarse con sus compañeros. Todos se iniciaban como él y
sabía que haría amistades. También había algún repetidor, pero eran pocos y
aunque no despreciaba a nadie como persona si habría de arrimarse a la gente
estudiosa pues su idea era no perder nada de tiempo y sacar el mayor partido a
las clases. Él cuando tocase el timbre para terminar la jornada, sabía que la
suya comenzaba en el bar y solo podría estudiar de noche, por eso todo el
tiempo que aprovechase en clase era de vital importancia para él.
Pasando los días más deprisa de lo que Alonso quisiera, terminó el primer
curso. Fue merecedor de unas excelentes notas, dándole paso sin problema alguno
para el curso siguiente.
EL REGRESO
DE ALONSO A LA FACULTAD
Una vez pasadas las vacaciones estivales, Alonso regresa a la facultad
para comenzar su segundo curso de enfermería. Todos sus compañeros hablaban de
lo bien que lo habían pasado, unos habían estado en la playa, otros habían
salido al extranjero, algunos les había tocado estudiar pues se habían tenido
que examinar en septiembre de las asignaturas que les habían quedado. Alonso,
solo se había tomado una semana de vacaciones para ir a su pueblo a ver a sus
padres y el resto lo había pasado trabajando en el bar. Los días de libranza,
salía con María, la hija de la patrona, habían hecho una buena amistad y les
gustaba estar juntos, con ella había recorrido muchos rincones del viejo
Madrid, ella le enseñaba todo lo más castizo de la capital y él que era muy
listo se quedaba con todo lo que ella le decía.
En el pueblo, había contado todo lo que hasta ahora conocía de la
capital, estaba entusiasmado y de la facultad, lo grandiosa que era, la
cantidad de personas que en ella se juntaban. Sus paisanos le miraban
extasiados pues eran gentes que prácticamente no habían salido de la localidad
y sus alrededores. Para ellos suponía que uno de los suyos consiguiese un
título universitario, que hasta ese momento nadie había logrado. A sus padres
les encontró bien, casi como siempre, los mismos achaques pero parecía que el
tiempo no pasaba por ellos. Sus hermanas, seguían igual, tan solo Romualda, la
mayor, se había echado novio. Era aquel zagal del pueblo más cercano, que desde
niños había andado detrás de ella. Su familia poseía bastantes tierras y era
casi de los más adinerados de la comarca. No era mal partido. Crescencio se
llamaba y a sus padres no les parecía mal pues era además muy trabajador y
hacía buena pareja con la Romualda.
El comienzo de las clases se le hizo un poco cuesta arriba, después de
asistir a las mismas, volvía a la rutina del bar y realmente terminaba muy
cansado y por las noches es cuando aprovechaba para estudiar y había algunas
que tenía que tomar algún café bien cargado para mantenerse despierto. Todo lo
daba por bien empleado con tal de sacar sus estudios adelante. Había algunas
materias que le costaban un poco más de trabajo que otras, por eso, un jueves
de los que libraba, quedó con Sonsoles, una compañera de clase, que iba
bastante adelantada en la materia que él más flojeaba para estudiar juntos un
tema bastante retorcido. Pasó la tarde en su casa y le fue muy provechoso el
aprendizaje de esa materia, por ello quedaron para el siguiente jueves para que
Alonso no se quedase rezagado con miras a los exámenes finales. Ella sabía el
trabajo que le costaba y que no disponía de todo su tiempo libre para estudiar,
que él debía trabajar además de asistir a las clases.
Cuando María vio que dos jueves seguidos iba a casa de Sonsoles, le
recriminó su actitud, era su día de libranza y los dos juntos salían aunque
nada más fuese que a dar un paseo por el barrio, pues Alonso siempre tenía que
estudiar y descansar un poco.
-No entiendo tu enfado María, es una compañera y sabe más que yo por eso
le he pedido ayuda-
-Esa lo que es una fresca, te mete en su casa sabe Dios con qué fin-
-María, no lo entiendes, es muy importante para mí que me ayude, sería un
fracaso tremendo y además un gasto extra, si suspendo esta asignatura y me
tengo que matricular en una academia particular para sacarla en septiembre
además del gasto que me supondría, perdería de trabajar en el bar y eso no me
lo puedo permitir. Tú lo sabes bien, no puede forzar a mis padres a que me
manden más de lo que ya me envían. Hasta ahora todo lo voy llevando entre mi
trabajo y sus reintegros pero más gastos extras no me son posibles-.
-Alonso, no me quieras engañar, tú te estás liando con esa y me lo
quieres ocultar-
-No está en mi pensamiento el liarme ni con esa chica ni con nadie.
Además Sonsoles tiene novio, que también es compañero. ¿Pero qué quieres decir?
¿Cómo se te ocurre pedirme cuentas de si me estoy liando con quien sea? Vamos a
dejar las cosas claras desde ahora mismo. Te veo celosa y no sé a qué viene
pues que yo sepa tú y yo sólo somos buenos amigos. ¡Oh es que tal vez... te has
hecho ilusiones sin que yo haya abierto la boca!-
-Bueno, es que yo creía que nosotros podríamos llegar a algo más que a
ser solo buenos amigos-
María, yo te aprecio mucho, valoro lo que por mí has hecho desde que
llegue a tu casa, pero por favor no me pidas más, yo estoy centrado en mi
carrera y por ahora es lo más importante para mí. Si el salir conmigo cuando
libro ha dado pie a que considerases algo más allá de una buena amistad, te
pido disculpas, no era esa mi intención. Tampoco quiero privarte de salir con
tus amigos y amigas, que te diviertas cuanto puedas y que yo estaré siempre a
tu lado para lo que necesites, pero nada más.-
Pasaron los días y Alonso seguía yendo los jueves a casa de Sonsoles para
recibir su ayuda. Estaba realmente entusiasmado de todo lo que la muchacha le
iba enseñando, era de gran ayuda y cuando finalmente llegaron los exámenes
finales, Alonso aprobó todo el curso de nuevo e incluso esa asignatura que
tanto le costaba sacó nota en ella.
El verano había llegado y de vacaciones otra vez todo el mundo menos
Alonso, él seguía con su trabajo en el bar. Su jefe estaba encantado con él
pues era un gran trabajador y encima no perdía ni una asignatura de su carrera.
D. Evaristo, que así se llamaba el dueño del bar, le propuso que este año se
tomase quince días de vacaciones, que las disfrutase pues bien merecidas se las
tenía y además el no le iba a descontar nada de su sueldo. Agradecido Alonso le
hizo caso y se marchó sin perder tiempo a su querido pueblo para ver a toda su
familia y descansar pues en su casa es donde mejor podría hacerlo, teniendo en
cuenta que su madre lo cuidaría con gran mimo.
Llegado a su casa, fue abrazado con gran fervor por parte de los suyos
pues le añoraban de veras, era un año lo que hacía que no le veían y para ellos
era un siglo. Sus padres estaban bien pero los encontró más envejecidos.
Adelaida con sus achaques de siempre, tiraba cada vez más de Marcela, la
hermana pequeña y Genaro que era mayor que ella, también se había avejentado
bastante y por ello estaba pensando en dejar algo del trabajo, al menos
arrendar las tierras que para su edad era lo que peor llevaba ya que con los
animales de momento se defendía. También le comunicaron que su hermana Romualda
y el Crescencio habían pensado en casarse, con lo cual el muchacho también
podría hacerse cargo de algunas de las faenas de la casa al entrar a formar
parte de la familia. Ya verían como hacerlo.
Alonso creyó que era oportuno invitar a sus padres a la capital para que
viesen el entorno en donde se movía, como era su forma de vivir. Podrían
hospedarse en la misma casa donde él vivía, seguro que doña Gertrudis estaría
encantada de tenerlos unos días viviendo en su casa pues a Alonso lo
consideraba como de la familia. También les serviría de descanso que ya era
hora de que a su edad conociesen al menos la capital del Estado. Nunca habían
salido de su comarca y con su edad no tendrían muchas oportunidades, a si es
que decidió que a su regreso a casa llevarlos consigo. Organizó todo lo necesario
para que tierras y animales quedasen bien atendidos. Su hermana Marcela, la
pequeña, se había convertido en una mujercita muy válida y se haría cargo de la
casa y de todo lo que pudiese y el resto con la ayuda del Crescencio que iba a
ser su cuñado y algún vecino, podrían sobrevivir a los días que los padres
estuviesen fuera del hogar.
Hicieron un viaje tranquilo en tren, miraban todo con gran expectación
pues era la primera vez que montaban. Al llegar a la estación de Atocha, María
y Doña Gertrudis, la posadera, les estaban esperando. Adelaida al ser
presentadas, se emocionó y lo primero que hizo fue darle las gracias por lo
bien cuidado que tenía a Alonso su querido hijo. Genaro, tosco como era a su
manera hizo lo mismo. Caminaron lentamente hasta el domicilio, donde Doña
Gertrudis les había preparado una de las mejores habitaciones de la posada, que
aunque era humilde, podían encontrar toda la comodidad que pudiesen necesitar
en los días que en ella se alojasen. Tomaron posesión de ella y una vez que se
habían aseado un poco, salieron de la misma y se dirigieron hacia el comedor
donde serían bien recibidos por el resto de los huéspedes que la mayoría vivían
allí hacía tiempo como su hijo. Era un ambiente de lo más agradable y familiar,
por eso Alonso se encontraba tan a gusto en ese lugar. La cena fue sencilla
pero muy bien preparada. Adelaida dijo sin miramientos, esto parece más que una
pensión un hogar familiar. Le estoy muy agradecida pues ya mi hijo nos contaba
lo bien que le daban de comer y lo agusto que se encontraba entre ustedes.
Una vez terminada la cena, se retiraron a su cuarto a descansar pues para
ellos había sido una paliza el haber salido de su casa, el viaje y las
emociones de ver a su hijo tan bien considerado. A la mañana siguiente, Alonso
salió a trabajar como de costumbre y le pidió a María que por favor acompañase
a sus padres hasta el bar para que pudiesen conocer a su jefe y visitar su
lugar de trabajo. María muy solicita, así lo hizo una vez que Adelaida y Genaro
habían desayunado. Bajaron por la calle de Atocha hasta dar con el bar. Qué
diferencia de bar al que había en su pueblo. Espacioso, una tremenda barra con
varios grifos para tirar cerveza, dos cafeteras enormes. Nunca hubiesen
imaginado nada igual ¿Cuántas personas pasarían por el local a diario?, fue una
de las preguntas que Genaro hizo a su hijo y ¿cuántos empleados en varios
turnos?
-Padre, es un lugar de mucho tránsito, con la estación enfrente, muchos
de los viajeros pasan por aquí al llegar a la ciudad. Unos para pedir información
como hice yo en su día y ya de paso toman algo. Otros comen según su hora de
llegada. Hay muchos que haciendo turismo por la zona terminan muertos de sed.
Tenga en cuenta, claro que usted todavía no lo ha visto, está muy cerca el
Museo del Prado, el Museo Thyssen, el Museo Reina Sofía, aquí justo al lado, El
Real Jardín Botánico. Son todos sitios de mucho cansancio de estar horas y
horas de pie y las personas buscan a la salida un lugar de reponer fuerzas y
poder descansar un rato.-
-Hijo, me parece que es muy fácil de perderse en Madrid, si esto es solo
una parte, ¿cómo es el resto? ¿Y la facultad en donde tú estudias cómo es? –
-Padre en cualquier momento les llevaré hasta allí para que puedan verlo
y juzgar ustedes mismos, es inmensa, además no está solo la mía, hay muchos
edificios y cada uno de ellos se dedica a una carrera diferente-
-Alonso hijo, me asusta el ver tanto coche y esos tan grandes, ¿a dónde
llevan a tanta gente?, es que no pueden ir andando, tan lejos están aquí las
cosas.-
-Ya les montaré en uno de esos autobuses y recorreremos la ciudad para
que vean lo inmensa que es y también les bajaré al metro, que es el medio más
rápido para moverse por la ciudad y es lo que yo tomo para ir a la facultad. Es
un tren subterráneo, es decir que va por debajo de donde estamos nosotros
ahora, de todas las calles que ahora usted ve, y que nos conduce hasta el
destino que nosotros tengamos previsto-
-Vaya con la capital, decían muchas cosas de ella, maravillas, pero yo no
podía imaginar que fuese así de grande y que hubiese que depender de tantos
medios para trasladarse de un lado a otro. Ya se me hacía raro que para ir al
médico en el pueblo nos hubiesen puesto un coche a disposición para cuando
estamos enfermos, pero enfermos de verdad, con fiebre y esas cosas, contra que
si no para que necesitamos nosotros un coche si todavía tenemos buenas piernas
y en lo que lo estás esperando ya te has llegado a la consulta sin tener que
molestar a nadie.-
-Si padre pero en la ciudad, todo es diferente, ya lo irá viendo-
Entre charla y charla, Alonso seguía a lo suyo, sin perder un momento de
atender a la clientela. De pronto llegó D. Evaristo, buenos días. Hombre
Alonsito, has regresado, ¿qué tal se te ha dado el viaje y como has encontrado
a los tuyos.
-Muy bien D. Evaristo, mire me he traído a mis padres, para que den una
vuelta por los madriles que ellos no conocían. Fueron presentados y en la mesa
en la que estaba sentada Adelaida, se acomodaron Genaro y D. Evaristo y pasaron
casi el resto de la mañana charlando con él. Fue una amena conversación ellos
le contaban cosas de su localidad y D. Evaristo les alegraba los oídos con los
parabienes que de su hijo les hacía saber. ¡Vaya muchacho! llevo muchos años en
la profesión y por aquí han pasado muchos, pero que muchos empleados, pero
Alonso, ay Alonso no he tenido nunca alguien como él, mira que vale el jodío,
que trabajador es, no falta ni un solo día, cumple con todas sus obligaciones a
la perfección y además los estudios. Pena me da de cuando termine la carrera se
me marche para ejercer eso que está estudiando, pero que se le va a hacer.-
Llegó la hora de la comida y Alonso recogió sus bártulos y junto a sus
padres volvió a la pensión para comer y descansar un poco antes de volver a la
faena.
ALONSO
COMIENZA LAS PRÁCTICAS Y EL CUARTO CURSO
Ya comienzan las clases, es el cuarto curso y con él también empiezan las
prácticas, todos se preguntan ¿cómo serán y a donde les tocará hacerlas? Pues bien, en efecto a cada estudiante le
mandan a un hospital, a unos les toca más cerca y a otros más lejos de sus
domicilios, como es natural y también hay alumnos que son amigos y otros que
aún siendo compañeros, no tienen relación entre sí. Es un sorteo y como tal
nunca se sabe cuál es el número que te va a tocar en suerte. A Alonso no le
favoreció la suya pues lo enviaron a una residencia hospital en la cual lo que
allí había eran enfermos casi terminales de la tercera edad y niños en las
mismas condiciones los cuales no superaban ninguno los diez años.
Para desgracia de Alonso, le tocó un compañero con él cual no tenía
ninguna relación desde que habían comenzado la carrera pues era una de esas
personas desagradables, de carácter chulesco
él cual no gozaba de ninguna simpatía ni por parte de Alonso ni de otros
muchos de sus compañeros. Ataulfo, Ulfo que así se hacía llamar, comenzó junto
a Alonso en la residencia. Les tocó en salas distintas, aunque si hacía falta
podían ayudarse mutuamente. Gracias a Dios eran muy pocas las veces que
coincidían en las habitaciones. En un principio todo marchaba bien o eso creía
Alonso. Por las mañana tomaban la temperatura a los enfermos, les sacaban
sangre si precisaban de análisis, les cambiaban los pañales y las camas, los
ayudaban a levantarse y a disponerlos para el desayuno, incluso a los niños más
pequeños y a los ancianos menos validos habían de dárselo directamente a la
boca pues ellos solos eran incapaces de alimentarse.
Iba pasando el tiempo y Alonso estaba encantado pues tanto los niños como
los ancianos eran muy agradecidos y siempre tenían una sonrisa para con él. No
era así en las salas en las que se encontraba Ulfo. Alonso que era muy
observador se fue fijando en cosas que no le parecían normales y puso buena
atención para averiguar lo que allí pasaba. Con el tiempo descubrió el episodio
que a continuación paso a relatar.
ODIO
CRUELDAD Y TRAICIÓN
Habían comenzado las prácticas, fueron destinados a un centro público en
donde la mayoría de los enfermos eran menores y ancianos. Alonso, había tenido
la mala suerte de que le tocase como compañero Ataulfo, Ulfo para los amigos,
pero para Alonso era de todo menos amigo, era un ser despreciable capaz de
cualquier cosa por medrar y pasaba por encima de cualquiera sin importarle el
daño que pudiese causar.
Cuando era la hora de hacer los cambios a los enfermos, Ulfo si era
posible los aguantaba lo que más podía con los excrementos encima y si se
quejaba alguno, a la que le quitaba el pañal, lo azotaba sin piedad. “Vieja
meona” ya te podías ir al infierno en lugar de que te tuviésemos que quitar la
mierda. “So asquerosa”. Si era hombre y tenía sonda puesta, la mayoría de las
veces le pegaba un tirón de la misma y se la sacaba con el simple objetivo de
hacerlo padecer y después lo preguntaba ¿Te ha dolido, no? pues jódete que
ahora cuando te la vuelva a poner te vas a enterar de lo que es dolor. También
los amenazaba con no darles la comida si eran capaces de quejarse a algún otro
enfermero o superior a él que pasase por allí.
A los niños, todos ellos bastante enfermos, en la sala en la que los familiares
no podían estar con ellos, les hacía las mayores perrerías que se pueda uno
imaginar. Desde pegarlos si se quejaban cuando al moverlos les hacía daño hasta
tirarlos desde la cama al suelo diciendo “pequeño monstruo, a ver cuando por
fin te mueres” luego alegaba que se habían caído, e incluso a algunos quitarles
el oxígeno un rato para divertirse viendo cómo se asfixiaban.
Alonso, aunque estaban juntos en la planta no pasaba junto a él por las
habitaciones, pero comenzó a sospechar que algo raro pasaba allí pues, cuando
entraba en alguna de las correspondientes a Ulfo por estar el ocupado en otro
menester, veía tanto a niños como ancianos el terror que en sus rostros se
reflejaba. Fue poco a poco observando lo que hacía e inclusive vigilándole cuando
él no podía sospechar que lo seguía y fue así como descubrió lo que ese mal
bicho hacía con los pobres pacientes. Una vez que lo tenía bien pillado, pidió
a sus jefes que fuesen con él y pudiesen ver in situ lo que estaba ocurriendo.
No daban crédito, era de esas cosas que si no se veían no podían creerse. ¿Cómo
era posible lo que allí estaba
sucediendo? Fue de inmediato expulsado, cerrándosele las puertas a ejercer como
enfermero el resto de su vida.
Ulfo, se dio cuenta de que Alonso debía de ser el que había descubierto
sus malas artes y con todo el odio del que era posible, fue capaz de clavarle
un bisturí en un brazo, pues para él había sido un traidor al delatar sus
fechorías.
Fue muy desagradable aquel episodio y cuando Alonso se vio libre de aquel
elemento, volvió a recobrar la calma y la alegría de estar entre aquellas
pobres gentes que lo único que necesitaban era un poco de cariño, que los
respetasen en su dolor y el calor de una mano amiga, que les aliviase su
sufrimiento. Cuando terminó el curso, Alonso pidió quedarse uno de los turnos
hasta que comenzase el nuevo curso. Para él había sido muy gratificante y muy
enriquecedor el poder cuidar de esas personas, a las cuales les quedaba, en muchos casos, muy poco tiempo de vida.
Así paso ese verano Alonso, haciendo un turno de mañana o de tarde en el
hospital y el contrario en el bar. Él el bar no lo dejaría nunca hasta que
tuviese un empleo fijo y pudiese sustentarse de su salario como profesional de
la enfermería. Estaba siempre muy ocupado, no tenía tiempo para nada, ahora
eran muy pocas las ocasiones que tenía de salir con María ni con nadie.
Alonso termina la carrera de enfermería con unas notas excelentes, lo que
le permite optar a un puesto en un hospital de la capital. Es feliz, ha
conseguido su objetivo y ahora tendrá que ahorrar un poco para poder
emanciparse de la casa en donde vive desde que llega a Madrid.
Cuando comienza su trabajo, deja definitivamente el bar donde tantos
buenos ratos había pasado y tanto le habían querido. D. Evaristo, su jefe, cuando le dio la noticia se echó a llorar
como un niño. Para él había sido como un hijo y así se lo hizo saber, siempre
estaría a su disposición y aquella siempre sería su casa.
D. Evaristo, tenga usted en cuenta
de que nunca voy a olvidar todo lo que
por mí ha hecho y lo bien considerado que he estado, si no hubiese sido así, no
habría tenido la facilidad para estudiar, usted sí que ha sido para mí como un
padre. De todas formas si en algún momento me necesita para lo que sea, solo
deberá llamarme, aunque no piense que se va usted a librar de que aparezca por
aquí de vez en cuando a darle un abrazo.
Pasados seis meses, tras los cuales él se sentía afianzado en su puesto
de trabajo, habló seriamente con Doña Gertrudis y con María una noche después
de la cena. He decidido alquilar un pisito pequeño en donde pueda vivir
cómodamente y me permita traer a mis padres cuando ellos lo deseen. Así les
libraré de estar pendientes de mí y de mis horarios en los días de guardia. Sé
perfectamente, que nunca voy a estar como aquí, pero también será muy
importante mi independencia. Doña Gertrudis lo entendió, aunque le costó
trabajo asimilarlo después de tantos años haberlo tenido bajo su tutela. Alonso
no era un huésped, era uno más de su familia. En cambio María, ay María, que
mal se lo tomó. Se enfadó mucho con él,
ella creía que nunca se iba a separar de su lado. Habían sido dos amigos muy
cercanos, tan cercanos que ella siempre pensó que habría en su momento algo más
que una simple amistad. Todavía tardó Alonso en marchar, primero tendría que
encontrar algo que fuese de su agrado y de sus posibilidades económicas. Era
una persona seria y no debía precipitarse en sus decisiones. Para contentar a
María le pidió que fuese con él a localizar la casa y después a amueblarla, él
no tenía mucha idea. Ella accedió gustosa y volvió a hacerse ilusiones.
Alonso, muy trabajador como siempre había sido, cada vez que podía
cambiaba alguna guardia con algún compañero que se lo pidiese y de ese modo
sacaba algunas perrillas extras más, como él decía, que le permitiesen algún
desahogo.
El piso ya estaba montado, era muy cerca de donde siempre había vivido,
la calle Santa Isabel, así no se despegaba del barrio.
María sentía mucha tristeza, estaba abatida desde que Alonso se había
marchado. Él había hecho algunos cambios incluso físicos desde que había salido
de aquella casa. Para ella cada vez estaba más guapo. Tan alto como era, había
engordado un poco lo que le favorecía bastante, ese pelo tan negro y suave y
ahora se había dejado barba y bigote, lo que le hacía aún más atractivo.
Tras los cristales de su balcón, María veía caer la nieve, comenzaba a
cuajar, era de noche y ella solo pensaba en Alonso. Habría llegado ya a casa o
se habría quedado de guardia. Ya no le podía fiscalizar todos sus movimientos y
eso le emponzoñaba el alma. Se habrá querido ir de esta morada precisamente
para que no sepa lo que hace. Pobre chica que incertidumbre tan grande tenía
dentro de sí. Su madre y el resto de los habitantes del hospedaje, se habían
retirado hacía rato a descansar. Solo ella detrás de aquellos vidrios quedaba
en pie llorando amargamente la ausencia de su querido Alonso. Siempre supo que
se había enamorado perdidamente de él, pero ahora es cuando realmente lo echaba
de menos.
Alonso casi todos los días les hacía una llamadita de teléfono para ver cómo
se encontraban y ella ese momento era sagrado, lo esperaba como el pobre que
precisa de una limosna. No era suficiente, necesitaba verlo y salir como antes
aunque fuese a dar una vuelta a la manzana. Eso hacía tiempo que no se
producía, desde que lo ayudó a amueblar el piso. Llegó a pensar en su
subconsciente que deseaba que lo amueblase a su gusto par luego pedirle que
fuese a vivir con él. ¡Cuán equivocada estaba! Alonso era hombre y ya no
gustaba de que nadie estuviese vigilando detrás de él y menos María a la que
tenía gran cariño, pero nada de amor. El siempre decía, que el amor es algo que
se tiene que sentir desde muy dentro, algo muy especial que te haga vibrar,
temblar cual hoja de árbol en día de viento cuando estás junto a la persona
amada. Era un romántico, era persona de profundos sentimientos y de grandes
convicciones, no le daría su amor a cualquiera.
Era una pena que ella viviese tan atormentada, no le producía más que daño.
Su madre y las demás personas con las que trataba se habían dado cuenta del
cambio tan grande que en ella se había producido a raíz de la marcha de Alonso,
pero nadie era capaz de mencionarlo delante de ella, se enfurecía y decía que
no era cierto. Le quedaba mucho por sufrir.
Alonso en la tranquilidad de su hogar, pensó que para llenar sus ratos
libres y sin prisa, debería matricularse en la UNED en medicina. Le gustaba
mucho y tenía facilidad y ya dentro de la profesión él consideraba que no le
sería difícil sacarlo, aunque eso sí, sin plantearse sacar curso por año como
había sucedido en enfermería. Esto sería para él una distracción con un futuro
prometedor.
Ya contaba Alonso con veintiséis años y sabía muy bien lo que quería.
Cuando acudió una mañana a su trabajo, había un nuevo paciente en planta, que
había sido ingresado durante la noche. Era un hombre de sesenta y seis años,
con una patología cancerígena que había comenzado en la próstata y ahora la
metástasis estaba ya en el hígado, con lo cual había pocas esperanzas de vida
para él. Pobre hombre sufría mucho, necesitaba constantemente calmantes muy
fuertes y una atención un poco más personalizada que cualquier otro paciente.
Enseguida Alonso se hizo cargo de él, estos enfermos son los que realmente a él
le gustaba tratar, era especialista en darles palabras amables y unas
esperanzas que todos sabían que ya no tenían. Él era así. Este hombre estaba
acompañado constantemente por su esposa y una hija, la única que tenía. Había
dos varones que solo iban de visita. Laura que así se llamaba la hija, no se
separaba ni un momento de su lado, no se iba ni a dormir a casa. La esposa,
estaba todo el rato que podía, pero al tener un comercio, debía de atenderlo
junto con los empleados.
Laura era una muchacha alta, agraciada de cara aún sin ser guapa, pero muy resultona en su forma de acicalarse.
Tenía el pelo castaño con alguna mecha rubia, los ojos color miel y una dulzura
en sus palabras y ademanes que cautivaban a cualquiera. Alonso, rápidamente se
fijó en ella. Creo que desde el primer momento surgió en él eso de la chispa.
Sin desatender sus obligaciones ya que era un gran profesional, cuando
terminaba su jornada, se pasaba por la habitación de don Eusebio para hacer un
poco de compañía a Laurita como él padre la llamaba. Solía estar con ella hasta
que llegaba la madre y entonces la invitaba a bajar a la cafetería a tomar
algún refresco y para que la diese un poco el aire en la puerta del hospital. A
la muchacha tampoco le desagradaba Alonso, hablaban de cualquier cosa, ninguno
de los dos tenía pareja. Laura desde que su padre cayó enfermo, se dedicó en
cuerpo y alma a atenderle. Había terminado sus estudios de técnico informático
y ya no se había preocupado ni de buscar trabajo, prefirió estar al lado de su padre en lo que durase la enfermedad pues
ya les habían advertido que era grave y había pocas expectativas de vida. Según
iban pasando los días, cada vez se encontraban mejor el uno junto al otro y por
fin surgió lo que Alonso llamaba amor.
Se dieron los teléfonos y en lo que duró la estancia de su padre en el
hospital, se veían casi constantemente ya que Alonso en cualquier momento
pasaba por la habitación aunque solo fuese a preguntar ¿va todo bien? La tiraba
un beso y desaparecía. Al poco rato volvía a pasar lo mismo. Desgraciadamente,
al cabo de mes y medio de estar ingresado, Don Eusebio falleció. Fue muy
doloroso para su hija que tan apegada estuviera a él, pero por otro lado
comprendía que por lo menos había dejado de sufrir. Una vez que pasaron los
primeros días de duelo, Alonso comenzó a salir con Laura y se hicieron
inseparables. Ella encontró un trabajo, que aunque no era de lo suyo, al menos
le permitía tener su dinero propio. Su madre seguía con el negocio y sus
hermanos, cada uno en sus trabajos y sus casas pues ya estaban casados los dos,
Laura era la más pequeña.
Formalizaron su relación y Laura le propuso a su madre que quería vivir
con Alonso en el pisito que él tenía. La madre aceptó sin problemas. Se fueron
juntos y vivían muy felices. No había problemas entre ellos, cada uno atendía
sus obligaciones y cuando estaban en casa juntos se dividían el trabajo y
siempre Laura le dejaba a Alonso tiempo para que pudiese continuar con sus
estudios. Ya se había matriculado en asignaturas de primero y aunque no eran
muchas las quería sacar a su tiempo.
Había pasado tiempo y Alonso seguía llamando a casa de su patrona como
era costumbre pero hacía ya que no iba por la fonda a visitarles. Una tarde que
tenía libre, recogió a Laura a la salida del trabajo y se acercaron a verlas y
a presentarles a Laura. Cuando María la vio y le dijo quien era y que pensaban
casarse en poco tiempo, la muchacha se descompuso, se le notó claramente que
desde aquel momento la odiaría, era su rival más directo. Tendría que componérselas
para hacerle todo el daño que pudiese, urdiría alguna trama, para que dejase
tirado a Alonso. Él inocentemente le dijo que ya vivían juntos y que eran muy
felices, contaron cómo se habían conocido y de la manera que surgió el amor
entre ellos. María se retorcía por dentro y juraba en hebreo, maldiciendo a los
dos y deseándoles toda clase de desgracias. Laura y Alonso decidieron casarse
en cuanto llegase el buen tiempo, fijaron la boda para el 8 de Junio que era
una época muy bonita y todavía no hacía demasiado calor.
El día de la boda, Laura estaba radiante, cogida del brazo de su hermano
mayor, parecía una princesa. Solo le empañó el día la falta de su querido padre
del que se estuvo acordando todo el rato que duró la ceremonia y que le hizo
soltar bastantes lágrimas. Acudieron al enlace toda la familia de Laura y la de
Alonso que se habían trasladado desde su pueblo. No podían faltar a la misma ni
Don Evaristo su jefe del bar y Doña Gertrudis y su hija María. Esta última, no
paró de llorar en toda la ceremonia, pero de rabia contenida. Hubiese querido
arrastrar a la novia y ponerse en su lugar. Se fueron unos días de luna de miel
y a la vuelta pasaron por el pueblo de Alonso para que Laura pudiese conocerlo.
Tenía muchas ganas ya que él le había contado maravillas de él.
De regreso a la capital, pasados unos días, Laura se encontraba fatal, no
sabía que le pasaba, no tenía ganas de comer, tenía mareos y sobre todo por las
mañanas ganas de vomitar. Cuando se lo comentó a Alonso, este la tomó en sus
brazos y la abrazó con todas sus fuerzas.
No temas mi amor, voy a la farmacia a por un Predictor y saldremos de
dudas, pero creo que estás embarazada. Así lo hizo, los dos temblorosos
hicieron la prueba y realmente era como había dicho Alonso, había un bebé en
camino. ¡Qué alegría sintieron los dos!, lo pregonaron a todo el mundo. Todo
el mundo se puso contento y les dio la
enhorabuena, todos menos María.
Pasados casi los cuatro meses de embarazo, un día María se encontró con
Laura en la calle, cosa que no era frecuente. Se saludaron y en lo que Laura se
acercó para darle un beso, María le clavó una navaja en el vientre, al tiempo
que le decía nunca tendrás ese hijo, debería ser mío. Se dedujo que el
encuentro no fue casual, la estaba acechando para cometer su fechoría. Laura
perdió su bebé y María fue encarcelada. Alonso no tuvo más remedio que sentir
gran desprecio por la que había sido su amiga y que tan mal se había portado
con él al final por unos tremendos celos. Él nunca le dio esperanzas de que pudiese
haber nada entre ellos.
Cuando Laura se recuperó, lo cual le costó mucho trabajo y esfuerzo, se
cambiaron de domicilio para no volver a estar cerca de donde le había pasado
tan triste episodio. Al cabo de dos años y recuperada del todo volvió a quedarse
embarazada con mucha alegría, pero nunca olvidaría aquel mal trago. En total
tuvieron dos niños y una niña. Alonso terminó con el tiempo su carrera de
medicina y logró ejercer de lo que tanto había soñado.
PILAR MORENO 28-2-2013
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