Por aquel andén, recorriéndolo de una punta a otra, meditabunda,
apesadumbrada, con los pies arrastrados por el suelo, parecía que no podía con
su peso, como si una gran fuerza superior se lo impidiese. De vez en cuando,
miraba pero sin ver, aquellos alrededores, no eran los mismos, todo le era extraño
¿Cuánto había cambiado todo aquello? ¿Sería el mismo lugar de siempre? No
estaba la vieja cantina, el lugar en donde ella nació. Donde sus padres
trabajaban sin descanso. También había desaparecido la bomba de agua con la que
surtían a las máquinas de vapor. No olía a carbonilla como cuando ella era niña
y al asomarse a las vías, ya no veía el humo que echaba la máquina que se
acercaba al andén. El factor, que con su gorrita y banderín rojo tan característicos,
daba la salida al tren. Tampoco estaba el edificio de la vieja estación, aquel
que con alevosía y nocturnidad hicieron desaparecer de un plumazo y que tan
conocido era para ella, era uno de sus sitios de juegos favoritos. El ir y
venir de viajeros. Era estación principal y allí paraban muchos de los convoyes
de largo recorrido. Miraba por encima de
la tapia de soslayo y tampoco estaba la vieja fábrica de “MADE”, aquella
fábrica que durante tantos años dio de comer a gran parte de las familias de
Collado Villalba y de muchos de sus alrededores. En su lugar habían construido
un barrio de nuevos edificios, el Barrio de la Estación que así lo llamaban
ahora, era muy bonito y muy grande si pero...Todo estaba cambiado. Ella tenía
miedo, si miedo a que nadie la reconociese y a lo que sería de su vida de ahora
en adelante.
Edelmira Beltrán, una mujer de 75 años, regresaba a su pueblo natal.
Cuando de él salió, era apenas una mocosa y ahora regresaba con el pelo cano
por completo, una pequeña maleta con las pocas pertenencias que tenía. Después
de pasear larguísimo rato por el andén, se dejó caer en uno de aquellos bancos,
tampoco eran los bancos de madera de entonces, ahora relucían, era de metal
plateado. Comenzó a recordar, ella nació en plena guerra civil, en el año 1937
en agosto concretamente, hacía un año que había comenzado la contienda. Sus
padres los cantineros de la estación, resistieron allí todo lo que pudieron y
ella mientras crecía ajena a las dificultades que para sacarla adelante ellos tenían
que pasar. Desde muy chica la estación fue su hogar. No había el gentío de
ahora, pero casi todo el mundo la conocía. Edel, la llamaban cariñosamente, era
la hija de los cantineros. Cuando terminó la guerra, siguieron trabajando pero
no se sacaba lo suficiente, por eso el padre tuvo que ir buscando otros
trabajos, la mayor parte de ellos como albañil, por eso cuando el 1º de Abril
de 1941 se inició la construcción del Valle de los Caídos, comenzó a trabajar allí, hasta el final de la
magna obra en 1959. Mientras, su madre continuaba llevando la cantina. También
aprovechaba algunos ratos para ir a lavar al río Guadarrama sus ropas y las de
algún vecino que se lo solicitase, eran tiempos en los que había que hacer
cualquier cosa para ganar unos céntimos. Todo venía bien. Ella iba creciendo y
ayudaba en lo que podía. Acudía a la Escuela Primaria “Carlos Ruiz” que así se
llamaba, era una pequeña, de pueblo, pero allí aprendía con avidez, todo lo que
los maestros le enseñaron, pues aunque eran malos tiempos, como sus padres
decían debía al menos aprender las cuatro reglas. También le vinieron a la
mente las imágenes de la Iglesia de Santiago Apóstol, pequeña y recoleta y que
fue casi destruida durante la refriega. Una vez terminada la misma, hubieron de
habilitar el Club Paraíso para ofrecer la Eucaristía, hasta la reconstrucción
de la parroquia. Después ese club, lo convirtieron en el cine del pueblo y
tiempos más tarde fue el salón de baile.
En el año 1950, su madre decidió dejar la cantina y marcharse del pueblo.
Fueron a vivir a Guadarrama un pueblo cercano, en el que creyó que habría más
posibilidades de sobrevivir en mejores condiciones, al menos estaba más cerca
del marido que seguía trabajando en el Valle de los Caídos. Allí Edelmira entró
en un taller de costura como aprendiza, no se le daba mal como decía doña
Gertrudis la maestra, solo contaba con trece años de edad y lo poco que le
pagaba era lo suficiente para ayudar a su madre que se había colocado como
cocinera en el Preventorio del pueblo, el cual había creado la dictadura
franquista para evitar que los niños fuesen contagiados de tuberculosis, debido
a las necesidades que conflagración había producido. En aquel lugar fue feliz,
aprendió bien el oficio y cuando su padre terminó el trabajo ya contaba ella
con 22 años. Don Germán, su padre, al concluir aquella obra y después de tantos
años en ella, había salido hecho un gran oficial, con lo cual el jefe con el
que había estado desde siempre, le propuso ir a Salamanca de donde él era para
seguir trabajando a sus órdenes. Era
bueno el salario que le ofreció y sin dudarlo marcharon los tres para esa
bonita ciudad a probar suerte.
En Salamanca, arrendaron un pequeño pisito en el cual Edelmira pudo poner
su pequeño taller de costura. En un principio cosía para la gente vecina y poco
más, pero a medida que el tiempo pasaba, fue haciéndose con una clientela más
selecta. Su madre doña Eusebia, le ayudaba en la costura y de esa manera fueron
saliendo adelante bastante bien. Tenía Edelmira poco tiempo para salidas pero
alguna amiga tenía sobre todo chicas del barrio y de cuando en cuando se
permitía ir al cine o a algún baile que la invitasen. En uno de esos bailes,
conoció a Fernando, un chico de buena apariencia que desde el principio comenzó
a galantearla. Era cerrajero, oficial y aunque no era el dueño de la
cerrajería, el jefe tenía puesta su confianza en él. Edelmira no se dejaba
engatusar fácilmente, era bastante sensata y lo único que en ese momento le
interesaba era su trabajo, para lo demás ya habría tiempo. El muchacho no la
dejaba ni a son ni a sombra y casi no podía salir a la calle sin tropezarse con
él. Tanto insistía que al final comenzaron a salir. Era galante, adulador,
solícito, cariñoso a más no poder y al final calló en sus redes.
Una mañana, mientras cortaba un
vestido, sintió un gran mareo, una cosa muy extraña que nunca le había
sucedido, su madre muy alarmada le hizo acostarse, mientras ella iba
preparándole una tisana. Nada más comenzar a beber la manzanilla, una tanda de
arcadas comenzaron a darle que fue incapaz de poder terminarla. Doña Eusebia,
como mujer madura pensó lo que podía pasarle a su hija pero no quería decir
nada, habría que esperar un poco por si aquello era pasajero y ella estaba
equivocada No fue así, Edelmira estaba embarazada. Cuando le comunicó a
Fernando su situación, este se quedó blanco como el papel, pero al cabo de un
rato reaccionó y le dijo que no se apurase. Esa misma tarde, al salir del
trabajo, se presentó en casa de Edelmira y hablo con sus progenitores. Él era
un hombre de palabra y como tal actuaría, se haría cargo de la criatura y se
casaría en breve con su amada, pues habían de saber que él estaba locamente
enamorado de Edelmira. Como en aquellos tiempos se hacía, una mañana a las ocho
y con los familiares más íntimos se casaron por la Iglesia como mandaban los
cánones. Se quedaron a vivir con los
padres de Edelmira. Ella seguiría trabajando como siempre y el niño lo
atendería ayudada por su madre. Llegado el momento del parto, le atendió una
comadrona del barrio, todo iba bien pero el niño venía al mundo con dos vueltas
de cordón umbilical al cuello y en el último tramo del parto se asfixió. El
dolor fue tremendo para Edelmira, ¿cómo le podía haber sucedido aquello? Ahora
que estaba feliz y se había hecho a la idea de criar a su hijo que, aunque en
un principio no fue deseado, una vez que comenzó a sentirlo dentro de su
vientre y con la ilusión puesta por Fernando, era lo que más deseaba en el
mundo.
Pasaron unos años y Edelmira no conseguía quedarse embarazada de nuevo.
Su marido seguía enamorado de ella como el primer día, pero ella desde lo del
niño, parecía haberse enfriado, cual café en taza en puro invierno. Una mañana,
tocaron a la puerta mientras ella con su madre estaban trabajando. Era un hombre
que traía un recado. Habrían de ir de inmediato a la Casa de Socorro, pues su
padre había sufrido un accidente y allí lo habían llevado. Avisaron a la
vecina, para que ésta corriese a comunicárselo a Fernando y ellas salieron de
inmediato hacia donde el hombre les había indicado. En efecto, cuando llegaron
allí estaba el padre, pero muerto, le había caído una viga encima y lo había
aplastado el tórax, no hubo salvación para él por más que intentaron
reanimarlo. A las dos se les cayó el mundo encima. Ahora que los tres estaban
juntos, felices ¿por qué le había pasado
esto a su padre? no se hacía a la idea de no tenerlo ya con ella. Lo enterraron
allí mismo pues entonces era muy caro el trasladarlo a su pueblo natal. Pasado
el novenario, Edelmira y su madre siguieron trabajando como siempre aunque, muy
apenadas eso sí, pero la vida seguía y no había más remedio que seguir
adelante.
Edelmira, cada día se alejaba un poco más de su esposo, no le apetecía
nunca yacer con él, siempre tenía alguna excusa, sobre todo la del trabajo,
habría que entregar alguna prenda al siguiente día, o probar alguna clienta,
encargos urgentes, todo valía para evitar el acercamiento. Fernando fue dándose
cuenta de lo que ocurría y aunque nada decía, se las iba arreglando para llegar
cada día un poco más tarde a casa, alegando también el mucho trabajo que había
en la cerrajería. Pero lo que si hacía, era echar algún vinito con los amigos y
más tarde comenzó a visitar un burdel. Allí se desahogaba como hombre y se
sentía mimado por una de las meretrices con la que se había amancebado en
varias ocasiones. Llegó a enamorarse, aunque para ella sólo era un cliente más,
el cual la trataba con más distinciones que otros. Ese amor, llegó a
convertirse en obsesión y ya no había un solo día en el que no fuese a
visitarla y a pasar un buen rato a su lado. Como los celos no llevan a ningún
buen puerto y menos en esas circunstancias, la exigía que le hiciese cosas que
a la muchacha no le apetecían en absoluto.
En varias ocasiones, la cogió del cuello y parecía que la iba a
estrangular. La mordía los pechos y le dejaba señales para que no pudiese estar
con otros, en fin aberraciones tales, que la pobre chica llegó a cogerle miedo.
Una noche, después de hacerla el amor, pretendía que le jurase que no volvería
a estar con nadie más que con él. Ella le dijo que eso no era posible, se debía
a su trabajo y si se negaba a estar con otros clientes, la madame la echaría a
la calle y entonces de que iba a vivir. Tan furioso se puso, que cogiéndola de
los brazos con gran dureza, la tumbó sobre el catre y allí mismo la asfixió con
la almohada. Salió de la habitación dando un portazo y se fue a la calle.
Cuando las compañeras advirtieron que Laura no salía, tocaron a la puerta y al
no recibir ninguna respuesta, decidieron entrar y allí se encontraron con el
cadáver. No tardaron en saber quien
había sido el criminal y a buscarlo a su casa fueron rápidamente, dándole preso
casi desde el primer momento.
Fue un duro golpe para Edelmira, ella sospechaba que su marido debía
tener una amante, pero nunca imaginó que sería en un prostíbulo donde descargaba sus ansias
pasionales. Mucho menos que por celos hubiese sido capaz de matar a alguien.
Llegó a pensar que podía haber sido ella la que hubiese muerto de no ser
porque siempre estaba trabajando en casa
y en la compañía de su madre. Pasó varios años en la cárcel, durante los cuales
alguna visita le hizo, pero más bien por compasión que por cariño. Estuvo preso
seis años y debido a la humedad y al frío de aquella tierra, enfermó de
tuberculosis y en poco tiempo murió. Se quedó Edelmira viuda con 35 años y con
su madre. Era una viuda joven todavía que podría rehacer su vida si llegase la
ocasión. Pasaron cinco años y madre e hija seguían cosiendo sin parar, ahora
era solo ese el dinero que entraba en la casa. A su madre le había quedado una
mínima pensión que apenas si daba para nada. Doña Eusebia, poco a poco se iba
aletargando, comenzó a tener una demencia senil, la cual ya no le permitía ni
trabajar ni hacer nada, más bien era una carga para la hija que debía ocuparse
de casa, madre y trabajo. Una vecina, Lorenza que también era viuda, la ayudaba
de vez en cuando a cambiar a Eusebia pues ya no se movía de la cama y se
ensuciaba encima. Edelmira casi no podía hacerlo sola pues era un cuerpo que no
colaboraba en la tarea. Estuvo en esta situación seis años, hasta que un día,
cuando fue a levantar a su madre para darle el desayuno y cambiarla, se la
encontró muerta. Otro golpe para Edelmira que en esta ocasión se quedaba
completamente sola con 46 años. La enterró junto al padre, así estarían juntos
por toda la eternidad.
Fue entonces, cuando Edelmira decidió ir a visitar en Cantabria a unos
familiares que residían en Santillana del Mar. Fue muy agradable el desconectar
de todo lo malo que había pasado últimamente, muchas penas acumuladas y
necesitaba un respiro. Trabajando sin parar desde que era una niña ya era hora
de tomar un breve descanso. La acogieron con agrado, eran muy amables con ella
y le presentaron a todos los vecinos del pueblo con gran entusiasmo. Uno de
esos vecinos, tenía mucha amistad con la familia de Edelmira y era el carnicero
del pueblo, Demetrio, un hombre soltero, cincuentón, que vivía con su madre ya
mayor, el cual nada más ver a Edelmira, se enamoró de ella. En los días que
estuvo allí, aprovecharon los familiares para que les cosiese varias piezas,
con lo que se ganó la fama en el pueblo de buena costurera. Al llegar la hora
de partir, Demetrio le declaró su amor, prometiéndole que le escribiría y que
esperaba ser correspondido. Si aceptaba su propuesta, la haría su esposa y si
era de su gusto podría seguir cosiendo cuanto quisiera.
A Edelmira, tampoco le pareció mal Demetrio, ella volvió a su casa y
estuvo pensando más de un año en si le convenía aceptar la propuesta que el
carnicero le hizo. Podría ser que al final de sus días fuese feliz en un lugar
tranquilo y bonito como era aquel precioso pueblo y alejarse del sitio donde
tanto había sufrido. Tuvo muchas conversaciones con Lorenza, tenían muy buena
amistad, y era con la única persona que podía desahogarse, la cual conocía muy
bien la trayectoria de su vida y sabría aconsejarla debidamente. Demetrio, la
seguía escribiendo, raro era el día que no recibía una carta de él. La decía
cosas bonitas, iba conquistándola poco a poco, aunque por otro lado ella tenía
miedo de volver a equivocarse como le había pasado con Fernando. De todas
formas, ahora sería muy distinto pues ya no podría tener hijos y si no lo
consideraba ya no se vería atada a él de por vida.
Edelmira animada por Lorenza, tomó la decisión, iría nuevamente a
Santillana del Mar y hablaría seriamente con Demetrio. Así lo hizo y cuando
llegó al pueblo, la alegría de Demetrio y de sus familiares fue rotunda,
enorme. Se convertiría en un miembro más de la familia. Él le propuso que
siguiese, si era su deseo, con la costura, siempre y cuando lo tuviese bien
atendido. Volvió a su casa a recoger sus pertenencias y se trasladó de nuevo al
pueblo para casarse con Demetrio. Celebraron una boda íntima, los dos eran
mayores y no se necesitaban grandes dispendios para ser marido y mujer. Fueron
a vivir a casa del novio, como era natural, era donde él había vivido toda su
vida con su madre y ahora que estaba mayor, no la iba a abandonar. Demetrio le
dejaba lo que sacaba de sus costuras
fuese para sus caprichos, como él decía. Éste tenía dos hermanas y la
carnicería había sido del padre, por lo tanto, él la trabajaba, pero los
beneficios había que repartirlos entre los tres hermanos y la madre. Cuando
Edelmira se dio cuenta de esto, lo que sacaba de sus costuras, lo guardaba
directamente, no para caprichos, si no pensando en el mañana, por lo que
pudiese pasar. Pasaba el tiempo y la suegra, cada vez se iba poniendo más
relocha, como dicen por allí. Había que atenderla en muchas cosas, comidas
baños, etc... Edelmira, era la que estaba en la casa y la que se cargó con toda
la tarea, una de las hermanas de Demetrio, Maruja, decía que ella tenía mucho
trabajo con sus hijos, el huerto y la casa y no se podía hacer cargo de la
madre. Le llegó a decir, “atiéndela tú que para eso te has casado con mi
hermano y estás en su casa”, Paquita, la otra hermana, era más comprensiva y
aunque también tenía muchas labores, cuando la cosa se fue poniendo peor,
colaboraba todos los días en la atención a la madre. Pasados cuatro años, la
anciana murió y fue entonces cuando Edelmira creyó que iba a comenzar a ser
feliz en su matrimonio. Demetrio, no superaba la muerte de la madre, era como
un ternero al que destetan de repente. Cayó en una depresión y apenas atendía
el negocio. Iba pasando el tiempo y los clientes habían aprendido otros
comercios que les atendían a tiempo y él se fue quedando prácticamente sin
clientela. Aquello iba de mal en peor. Tuvo que terminar por cerrar la
carnicería y repartir con las hermanas el dinero. Él se quedó con una pequeña
pensión que le dieron por la invalidez permanente. ¡Qué desastre!
Ella siempre pensaba en el que dirá la gente si le dejo, pero estaba
harta de aguantar, que vida había llevado, todo le había salido mal. Por
respeto a los familiares que se lo habían presentado y por no dar escándalo,
siguió cuidando de Demetrio. Se había convertido en un niño pequeño que lo
único que hacía era asearse y comer por su cuenta, lo demás era una carga para
Edelmira. Una mañana, Honorato, un vecino que iba prácticamente todos los días
a ver a Demetrio, le preguntó a Edelmira que como podía soportar esa situación.
Pues ya ves, con resignación le contestó ella. Es que tú todavía andas joven y
de buen ver y que te queda para vivir si sigues aquí. Tengo 55 años y me he
enterrado en vida. A partir de ese día, Edelmira y Honorato tenían grandes
conversaciones, ella seguía cosiendo en el pequeño taller que había montado, se
había hecho un nombre en las poblaciones vecinas y no le faltaba el trabajo.
Honorato se pasaba allí grandes ratos. Día tras día, la amistad se fue
afianzando entre los dos. Demetrio cada vez se enteraba de menos cosas, estaba
más ausente, por eso Edelmira y Honorato comenzaron a tener una relación
ilícita por supuesto, ya que los dos estaban casados, pero se agradaban y
pasaban buenos ratos juntos, incluso la mujer de Honorato era clienta suya y
se tenían bastante confianza. Muchos
años estuvieron en esta situación. Edelmira procuraba no gastar más que la
pensión de Demetrio y si tenía que arrimar algo, que fuese lo menos pues no
sabía que sería de ella si el faltaba. Su esposo empeoró y hubieron de
ingresarlo, en el hospital comarcal. Edelmira como buena esposa no se separó de
él hasta que dio el último suspiro. Nuevamente era viuda y lo que estaba claro
es que seguiría con Honorato mientras pudiese, pero la situación familiar para
ella, comenzó a complicarse. Las hermanas de Demetrio, una vez pasado el duelo,
le reclamaron la casa, les pertenecía por ley, su hermano no había dejado
testamento y ellas debían disponer de ella ya que había pertenecido a sus
padres y anteriormente a sus abuelos.
Edelmira no puso reparos, solamente les pidió que tuviese compasión pues
era el sitio donde ella trabajaba y el medio que tenía de ganarse la vida. La
pensión que le quedó de Demetrio no era grande y mientras pudiese coser le
serviría de ayuda para el día en que ya no pudiese trabajar. Accedieron a
hacerlo aunque de mala gana por parte de Maruja, pero eso sí, les pagaría un
alquiler. Ella no se negó y llegaron a un acuerdo.
La relación con Honorato siguió adelante, pero cada vez se veían más
espaciadamente, los dos eran muy mayores y las ganas ya no respondían. Él
enfermó también de la próstata, un cáncer, que aunque iba tirando y no parecía
que fuese a tener pronto un fatal
desenlace, ella no quiso padecer una muerte más. Fue cuando cogió lo poco que
tenía, sus pequeños ahorros y las cuatro cosillas que le cogieron en una
pequeña maleta y puso rumbo a su Villalba natal.
Cuando llegó a la estación y se apeó del tren, el mundo se le vino
encima, no conocía nada, todo le parecía extraño, nuevo. Por eso daba vueltas
por el andén, pensativa, ¿se habría confundido de pueblo? no era posible, bien
claro lo ponía en las placas. Collado Villalba. Ahora allí sentada en ese
banco, repasó su vida y en cada chica joven que veía apearse a algún tren se
veía reflejada, ¿al cabo de los años le pasará lo que a mí? No sabía qué hacer
ni a dónde dirigirse, en la plaza de la estación, comenzó a recordar, vivía una
compañera suya del colegio, Dorotea, ¿seguiría viviendo allí? también Concha,
otra chica que vivía por el Parque de las Bombas. Durante un buen rato siguió
pensando en quién la podría ayudar a buscar un alojamiento. Estaba decidida a
quedarse allí hasta su muerte, no eran muchos los ahorros que tenía, pero si lo
suficiente para poder alquilar un pisito, pequeño claro estaba, para ella sola.
Cogió su maleta y muy lentamente salió de la estación, seguía mirando
todo lo cambiado que lo encontraba. Cruzó la plaza y se dirigió al bar que estaba
en la esquina para tomar un bocado. No quería que si encontraba a alguien
conocido la tuviese que dar de comer. Eso era otra cosa. Al terminar el
refrigerio, se dirigió a donde vivía la Dorotea. Allí ya no vivía y nadie se
acordaba de ella, aunque la casa era la misma. Con mucho esfuerzo por el
cansancio, quiso dar la vuelta a la plaza por la misma acera donde estaba,
entonces, se le vino a la mente, una familia, que el hijo pequeño también había
ido a la escuela con ella, creía recordar que se llamaba Carlos. No lo pensó
dos veces, se adentró en el portal y lentamente subió la escalera. Al tocar a
la puerta, le salió a abrir una señora joven. Discúlpeme señora, no tengo el gusto de conocerla, pero creo que
aquí vivía un chico, que se llamaba Carlos, creo que era el menor de los
hermanos y que fue conmigo a la escuela “Carlos Ruiz”. Si señora ese es mi
marido, muy solícita la señora, le hizo pasar al salón, le ofreció una taza de
café y charlaron largamente.......
PILAR MORENO 20-3-2013
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