Yolanda
siempre había querido lo mejor para él y en esta ocasión no había de ser menos.
Le gustaba tenerlo todo preparado y a punto para cuando la ocasión lo
requiriese y ahora sucedería lo mismo
Era un
matrimonio muy unido, no tuvieron hijos pero como Andrés decía, ¿que falta nos
hacen los niños para ser felices? Trabajaban en el negocio que habían formado
al poco de casarse, una gestoría en la que llevaban diversos temas ya que eran
abogados los dos. Les iba tan bien el negocio que decidieron separarse y regir
cada uno la suya en distintos barrios de la población en donde vivían. A la
hora de la comida iban a un mesón que les quedaba a mitad de camino a los dos y
así no perdían mucho tiempo. Al terminar de comer, reposaban un rato tomando
café y después cada uno volvía a su faena. Yolanda aprovechaba algún rato hasta
la hora de abrir para hacer algunos recados en el Centro Comercial, pero
Andrés, siempre volvía a la oficina. Decía que en el sillón relax de su
despacho, daba una mocholadita antes de que el personal llegase.
Cuando
Andrés cayó enfermo, la gestoría que él regentaba, siguió funcionando al cien
por cien gracias a Manolita, una chica que llevaba con ellos desde el
principio. Muy reservada ella, prácticamente nada sabían de su vida, solo que
tenía dos hijos y que era madre soltera. Por las noches, a diario, Manolita se
pasaba por el hospital y más tarde por la casa de sus jefes para darle cuentas
a Andrés de lo que había acontecido durante el día. Para ellos era como de la
familia, una persona de su total y absoluta confianza.
Tal y
como Yolanda había previsto, aquello no duró mucho, pero ella lo tenía todo
preparado. El ataúd, el tanatorio, la tumba en donde lo daría sepultura, hasta
el más mínimo detalle. Una vez producido el óbito, Yolanda hizo cerrar los dos
negocios para velar el cadáver de su esposo. Aquella sala del tanatorio, estaba
que no cabía ni un alfiler, Andrés era muy conocido en el barrio y llevaba los
asuntos de muchos de sus habitantes. Manolita, no tardó ni cinco minutos en
aparecer, llorosa, desquiciada y acompañada de sus dos hijos, los cuales
también lloraban a moco tendido. De pronto uno de los hijos de Manolita, Toñín,
el más pequeño, se arrodilló delante de la vidriera por donde se veía el
cadáver del pobre Andrés, gritando “Papá” ¿por qué te has ido tan pronto,
todavía te necesitamos? En aquel
momento, todo el mundo guardó silencio y se quedaron mirando al trío
formado por Manolita y sus hijos.
PILAR
MORENO
4-4-2013
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