martes, 4 de marzo de 2014

DESAPARECIDA

El cuerpo de aquella joven reposaba sobre el camastro de la pequeña habitación. Allí había dado su último suspiro ¿Quién sabe por qué? Doroteo la había encontrado bajando de la montaña, daba un tras pies detrás de otro y él la llevaba observando largo rato, llegó un momento en que pensó que iba a tropezar y no se iba a levantar pues sus pasos eran muy cansados e inseguros. Temiendo una caída, dio grandes zancadas hasta ponerse a su altura, con voz agitada le preguntó si le pasaba algo pero no obtuvo respuesta alguna. Cortésmente le cogió del brazo y le ayudo en lo que quedaba de camino, la miró a la cara y vio una palidez extrema, los ojos hundidos en sus cuencas y la boca tan seca como pasto en agosto. Volvió a preguntarle ¿qué le sucedía? pero tampoco hubo respuesta alguna, solo una agitada respiración, parecía escapársele la vida a cada paso que daba. Como no oponía resistencia a su ayuda, Doroteo decidió llevarla hasta la cabaña del pastor en donde la podría ofrecer al menos un trozo de pan y algo de leche. A la entrada de la choza, la muchacha flaqueó nuevamente y en esta ocasión cayó desplomada sobre el suelo de la misma. Él la tomó en sus brazos y la condujo hasta el jergón depositándola sobre él con sumo cuidado, fue entonces cuando vio la hermosura de aquella criatura, parecía una virgen de las que había visto pintadas en las estampas, sus rubios cabellos que aunque enmarañados por el viento eran como tirabuzones de oro, las blancas mejillas tan purpúreas que parecían nunca haber recibido tonalidad alguna y los labios que los cubría un leve tono azulado, por eso Doroteo supo que algo no iba bien, mejor dicho nada bien. La acomodó lo mejor que pudo en aquel lugar y fue a taparla con una raída manta, en ese momento es cuando apreció que por debajo de sus faldas corría un hilo de sangre. Con mucha timidez y cuidado le levantó las mismas y comprobó de donde venía aquel hilo que por la parte de arriba era un auténtico charco. Trató de despertarla, dándole golpecitos en la cara y hablándole con dulzura, le pedía que aguantase que iba a pedir ayuda pero que el pueblo todavía quedaba un poco lejos. Como no le respondía, Doroteo salió corriendo en busca de alguien que pudiese ayudarlo, el médico si se encontraba, la partera, cualquiera, él era hombre y no estaba acostumbrado a cosas de ese calibre. A su regreso con el doctor, la muchacha había expirado. El doctor le recomendó que se quedase en la cabaña acompañando el cadáver en lo que él se llegaba al pueblo para dar aviso a las autoridades de lo sucedido. Así lo hizo. Era un crudo día de invierno y hacía un tremendo frio en aquel lugar, por eso Doroteo encendió la cocina baja que había en el lugar para tener un poco de calor en lo que iban a solucionar el problema que allí había sucedido. Una vez que hubo un buen fuego, acercó un robusto tronco de leña sobre el que se sentó para poder calentarse. Miraba de hito en hito al cuarto en que se encontraba el cuerpo de la desdichada. No tenía miedo en sí de ella, pero mientras escuchaba el crepitar de las llamas de aquella cocina, si sentía temor de lo que las autoridades pudiesen pensar de él y de si sería acusado de haberle proporcionado algún mal a la chica aunque por los alrededores no se la conocía de nada, al menos ni el doctor ni él, la habían visto jamás. Cuando el doctor llegó al pueblo, pasó por el cuartelillo para dar parte a los civiles de lo que había acontecido en la cabaña que servía de refugio a los pastores. De inmediato, una pareja de guardias se puso en camino para interrogar a Doroteo y decidir lo que había que hacer con aquel cuerpo. Los agentes, que llevaban tiempo en el pueblo, tampoco conocían de nada a aquella zagala. Revisaron su cuerpo y no encontraron por ninguna parte documentación alguna que acreditase quién era y de donde procedía. Dejaron nuevamente a Doroteo al cuidado del cuerpo en lo que ellos ponían el caso en conocimiento del señor juez para hacer el levantamiento del cadáver y hacerle la autopsia. Ya estaba todo en poder de las autoridades, realmente Doroteo no tenía nada que ver en el caso, simplemente había tratado de ayudar a la finada en sus últimos pasos. Cuando llegó el señor juez, hizo la oportuna inspección ocular y ordenó que llevasen el cuerpo de la fallecida al depósito del cementerio municipal, lugar en el que el médico sabría lo que habría de hacer para esclarecer en lo posible los hechos. Transcurría el mes de febrero de 1942, estaba recién terminada la contienda civil en España y los medios de comunicación eran lentos y escasos por eso, no había llegado aún a Cervera de Pisuerga la noticia de la desaparición de una muchacha en la comarca de la Liébana hacía varios días y que era de características similares a las de la fallecida en dicho lugar. Una vez que el doctor había examinado concienzudamente el cuerpo, llegó a la conclusión de que el agotamiento físico, la falta de alimentación y su estado de buena esperanza, habían sido una fatal combinación para vida de la desdichada. La pérdida del bebé que esperaba fue el último cartucho que quedaba en su recámara para poder sobrevivir. Una tremenda hemorragia, había terminado por arrancarla de este mundo. Los parientes de la chica desaparecida en Camaleño, se personaron lo antes que pudieron para reconocer el cadáver si realmente era la persona buscada. A su llegada al cementerio de Cervera, los peores augurios se habían confirmado, era su hija realmente aquel ángel dormido que reposaba su cuerpo sobre aquella pila de piedra. Marcela Sotillo García era el nombre de aquella infortunada la cual solo contaba veintidós años de edad. Era la hija pequeña de una familia humilde del pueblo de Camaleño en la comarca de la Liébana, la cual tras terminar la guerra en 1939 fue comprometida y dada en matrimonio a un terrateniente del pueblo vecino de Cillorigo, los padres pensaron que con estas nupcias su hija al menos no pasaría las penurias que ellos estaban pasando. Eran labriegos pero aquellas tierras habían quedado arrasadas y costaría mucho trabajo volver a poder sacar beneficios de ellas para mantener a familias enteras. Genaro, aceptó enseguida el casamiento pues hacía tiempo que había echado el ojo a Marcela que era una belleza, además de bondadosa y trabajadora. Una vez la había hecho suya en cuerpo y alma, aquel marido, no era precisamente lo que ella había soñado o lo que al menos esperaba de él. Era un auténtico tirano, para él era realmente su esclava, la trataba peor que a los verdaderos criados y le hacía trabajar junto con estos en las tierras, con el ganado y con todo lo que a él se le antojase. Después al terminar la jornada, debía comportarse con él como una amante esposa, haciéndole disfrutar de todas las vejaciones que se le ocurriesen. La insultaba y la humillaba todo cuanto podía. Marcela aguantaba todo lo que podía pues como sus padres le hacían ver era su deber de buena esposa. No le faltaba que comer y además a ellos les ayudaba comprándoles géneros que de otra forma no podrían vender en el mercado con lo que ellos también se beneficiaban del matrimonio. Así pasaron tres años, pero Marcela cuando descubrió que se había quedado en cinta, se dijo para sí que aunque no había sido concebido aquel hijo de la mejor forma, no estaba dispuesta a que sufriese el mismo trato que ella y durante un tiempo estuvo madurando la forma de librarse de aquel individuo. Una mañana, Marcela al amanecer el día que es cuando la hacía ponerse en pie, sintió un gran mareo y comenzó a vomitar, fue entonces cuando vio claramente lo que podría ser aquel embarazo junto a aquel hombre. Él le preguntó qué era lo que le pasaba y ella simplemente le dijo no encontrarse bien, creía que debería volver a la cama, algo no le había sentado bien, entonces sin pensárselo dos veces, Genaro cogió el cinturón que llevaba en sus pantalones y se lió a golpes con ella. “Esto te hará ponerte bien, aquí no holgazanea nadie” ¿Qué es lo que te has creído? que diciendo que no te encuentras bien, vas a hacer lo que te venga en gana, pues de eso nada. Te espero en el comedor para desayunar y decirte lo que has de hacer hoy. Nada más salir Genaro de la habitación, sin pensárselo dos veces, Marcela, salió por la puerta trasera de la casa que daba a la huerta y corrió todo lo más que pudo alejándose de la casa cuanto antes para que aquel opresor no pudiese dar con ella. Corrió y corrió hasta considerar que ya estaba a salvo y lo suficientemente lejos, realmente no le importaba la ruta tomada, no sabía a dónde iba ni por donde, pero sí que a aquel lugar no quería volver. Anduvo y anduvo hasta caer exhausta al anochecer bajo un roble que le sirvió de cobijo para descansar. Allí pasó la noche y al amanecer, antes de que despuntase el sol ya se había vuelto a poner en camino, quería alejarse lo más pronto posible. No había tomado nada, ya eran 24 horas las que llevaba sin alimento alguno en el cuerpo. Llegó a un lugar en el que solo se podía seguir camino por cuestas, era el Desfiladero de la Hermida, se dirigía a la provincia de Palencia pero ella no tenía ni idea. Siguió caminando, ya no lo hacía tan deprisa como al principio, sus fuerzas iban aflojando, eran ya muchos días sin alimento y en su estado, tan solo se había permitido acercarse al rio para calmar su sed, siempre había oído decir que tan solo con agua el cuerpo puede resistir mucho tiempo. Por otro lado pensaba que no estaba lo suficientemente lejos como para poder cruzarse con alguien que la reconociese y la pudiese devolver a su cárcel. Eso era mucho peor que el hambre y el cansancio que la acompañaba. Hasta su mente se iba debilitando, cada vez notaba que su cuerpo no respondía, fue entonces, cuando encontró a Doroteo y pensó que aquel hombre podría salvarle, pero cuando este le preguntó si necesitaba ayuda o ¿Qué era lo que le sucedía?, se dio cuenta de que ya no era capaz de balbucear una sola palabra, por esfuerzos que hacía, de aquella garganta no salía ni un solo suspiro. Cuando el hombre la cogió del brazo para ayudarle se sintió protegida y pensó que sería su salvación pero al mismo tiempo comenzó a notar un caliente líquido que corría por sus piernas hasta los pies. Entonces es cuando aquel piadoso personaje la condujo hasta la cabaña de los pastores, en cuya entrada se desvaneció, unos segundos después recobró el sentido y se vio en brazos de Doroteo que la depositaba sobre el catre, sintió entonces como su corazón comenzaba a latir lentamente, cada vez más despacio hasta exhalar el último suspiro.

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