domingo, 30 de marzo de 2014

EL INFORTUNADO ÁLVARO

El mar enfurecido estrellaba sus olas de blanca espuma contra la barandilla del paseo marítimo bordeando aquella preciosa playa. Rugía cual león acosado, era una tremenda fiera deseando dar cuenta de su presa. Nadie debía acercarse a él pues lo engulliría como la ballena hizo con Jonás. Allí estaba amenazante, sabiéndose poderoso, dando miedo y al mismo tiempo sintiéndose admirado, bello cual ninguno. Esa mañana, Álvaro había salido con su tabla de surf, con la intención de hacer práctica de su deporte favorito. Era imposible, ni tan siquiera se podía arrimar a la orilla, era una temeridad. Sabía que si lo intentaba, lo más seguro es que no volviesen a encontrarlo jamás, su mar se lo tragaría. No estaba dispuesto a morir y retrocedió hacia su casa para dejar los trastos y cambiarse. Una vez lo hizo, salió hacia el viejo barrio para tomar unos chiquitos con sus amigos y unos pinchos, era lo más típico de zona. Eran las vacaciones de Navidad. Al pasar por el puerto, se quedó un rato parado mirando como toda la flota pesquera estaba amarrada debido al temporal. Decidió entonces dar una vuelta alrededor del mismo y deleitarse viendo los barcos y oliendo como solo en ese puerto olía. En todos los puertos pesqueros, realmente a lo que huele es a pescado un olor fuerte, pero el olor de ese puerto era especial para Álvaro, no tenía comparación con ningún otro. Estaba ensimismado, de pronto, sintió como unas manos le asían por cada brazo y sin mediar palabra, lo introducían en un coche. Una vez dentro de él, se dieron mucha prisa en vendarle los ojos. - ¿Qué hacéis? ¿Qué broma es esta? vamos decirme quienes sois, no os he visto nunca.- -No hagas preguntas muchacho, no te conviene, más vale que estés calladito- Lo condujeron durante un buen rato a no sabía dónde. El tiempo pasaba y los amigos empezaron a preguntarse por qué la tardanza de Álvaro, había sido él, quien los había citado para pasar un rato antes de comer, ya que no había podido surfear, debido a la situación del mar. Lo comenzaron a llamar al teléfono móvil y no respondía, llamaron a su casa y la muchacha les dijo que el señorito Álvaro hacía mucho tiempo que había salido de casa. Era inútil, por más tiempo que pasaba él seguía sin dar señales por ningún sitio. Cuando los padres de Álvaro llegaron a casa a la hora de comer, la sirvienta les indicó lo que había pasado y lo inquietos que estaban los amigos del señorito. Era muy extraño que se retrasase a la hora de comer y si los amigos estaban inquietos, algo debía haberlo pasado. Doña Antonia la madre, preguntó a la sirvienta toda clase de detalles, a ver si ha tenido un accidente surfeando. “No señora el señorito Álvaro volvió a dejar la tabla y el traje en su cuarto y salió vestido de sport, ya se lo expliqué a sus amigos cuando llamaron. Puede usted verlo pues lo he recogido todo”. Seguía sin aparecer y realmente toda la familia se estaba poniendo muy nerviosa. El padre de Álvaro, don Augusto, era un empresario, tenía una fábrica de estufas en las afueras de Donostia. El negocio marchaba bien, les permitía vivir desahogadamente, trabajaban con él su esposa y los dos hijos mayores. Julián y Fernando. Álvaro era el más pequeño de los tres y había querido estudiar económicas y cuando terminase, trabajar junto a su familia en la fábrica. Se permitían tener servicio en casa, buenos coches, pero en el fondo era una familia sencilla que vivía de su trabajo. El tiempo pasaba y nada se sabía de Álvaro, los amigos seguían llamando, se dio aviso a toda la familia y nadie lograba explicarse que podía haber pasado. A las seis de la tarde, sin poder esperar más, llamaron a la policía. Enseguida se presentaron en el domicilio y comenzaron las pesquisas. ¿Qué edad tiene el muchacho? -22 años Sus características físicas -1.90 de estatura, pelo castaño claro, bien parecido de cara, sin cicatrices- ¿Cómo va vestido? -camisa azul claro, suéter rojo, pantalón color beige claro de pana, zapatos náuticos marrones-. ¿Donde había quedado con sus amigos? -En el bar Patxi, junto al puerto.- ¿Quiénes son sus amigos? -Los de siempre, Aitor, Igor, Alejandro- ¿Son amigos desde hace mucho tiempo? -Desde que iban a la escuela primaria- Mientras los agentes iban haciendo preguntas y más preguntas, la familia cada vez se iba poniendo más nerviosa. No sabían qué hacer. La policía, lo primero que hizo fue pinchar los teléfonos de la casa y de la fábrica pues habían llegado a la conclusión de que sin duda era un secuestro. Lo más seguro es que los secuestradores llamasen para pedir un rescate. Don Augusto entonces les comunicó que hacía ya bastante tiempo, habían pasado por la fábrica unos individuos, embozados hasta las orejas y le habían pedido una cantidad de dinero para colaborar con la causa. Don Augusto, los mandó a paseo y por supuesto que no les dio nada, trataron de convencerlo pero él hizo oídos sordos y los despidió con cajas destempladas, a la salida, le dijeron que volvería a tener noticias de ellos, pero de eso hacía más de un año. Hemos de ratificarnos en la conclusión de que ETA está detrás de la desaparición de su hijo. La madre ahí perdió los nervios por completo, llorando amargamente, de pronto sufrió un desvanecimiento y tuvieron que llamar a un médico para que le administrase unos calmantes, sufría una crisis de ansiedad. No podía ser, su niño, su Alvarito, había sido secuestrado, él que era un alma inocente, no tenía culpa de nada, porque a él. Ellos no eran políticos, señor, señor, ¡qué injusticia tan grande! ¿Qué le harían esos salvajes? La pobre mujer estaba tan confundida que en muchas ocasiones nos sabía ni lo que decía. El tiempo iba pasando y no había ninguna noticia, ninguna llamada, nada de nada. Era terrible no tener noticias del hijo y del hermano, toda la familia como una piña reunida en la casa paterna, no podían ni descansar, estaban tan atribulados que les parecía estar viviendo un sueño, una película de ciencia ficción. Álvaro era muy querido por sus amigos y ellos también estaban destrozados con la noticia y por su cuenta, decidieron hacer batidas por el monte y por cualquier sitio que ellos creían que podrían encontrarlo, aunque de sobra sabían que era una ardua tarea. Se juntaron los amigos de siempre e incluso se agregaron al grupo compañeros de la facultad. Sabían, que si realmente y como presentía la policía había sido ETA, era mucho más difícil, pues tenían muchos zulos, demasiados escondrijos y pisos a donde haber podido llevarlo y que si alguien había visto algo extraño, no sería fácil que los denunciasen pues sabían de sobra lo que eso conllevaba. Pero no se resignaban, había que buscarle por donde fuese, querían dar con él cuanto antes evitando así su sufrimiento y el de todos sus seres queridos. Había pasado casi un mes de la desaparición de Álvaro, cuando una mañana sonó el teléfono de la casa. Al contestar Don Augusto, su interlocutor le comunicó que en efecto, eran ellos, quienes habían secuestrado a su hijo. Ya le habían advertido en la visita a su fábrica de que tendría noticias de ellos y ahora ya estaban en contacto. Si quería volver a ver a su hijo con vida, habría de entregarles en efectivo y en billetes de 500€ la nada depreciable cantidad de 1.000.000€. La entrega debería hacerla él solo. Debería ir al Hotel María Cristina y pedir la llave de la habitación 666, una vez hubiese subido a ella, metería debajo de la cama con mucho cuidado el maletín donde llevaría el dinero y salir muy despacio cerrando la puerta y volviendo a dejar la llave en recepción. Don Augusto, muy angustiado le dijo a la voz que le hablaba que él no disponía de esa cantidad de dinero y que no creía que pudiese reunirla en mucho tiempo. Pues usted verá, en ello va la vida de su hijo. Tiene 48 horas justas para hacer la entrega, si dentro de ese plazo no ha ido usted al hotel, dispondremos de su hijo. ¡Dios bendito! ¿Cómo iba él a poder hacerse con ese dinero? Ni vendiendo la fábrica, todas sus posesiones. No podría juntarlo y en tan poco tiempo. Están locos y nos van a volver a los demás. Abatidos por la premura con que había que conseguir el dinero iban de un lado para otro, sin saber que hacer ni a donde recurrir. Apenados pensando en lo que le podrían hacer a Álvaro si no pagaba. El tiempo no paraba, corría mucho más deprisa de lo normal. De pronto apareció el inspector Tellería, el cual era uno de los policías más introducidos en el tema de ETA y le dio a Don Augusto una solución rápida, la cual no dejaba de entrañar peligro pues esa gente eran muy astutos y era posible que se diesen cuenta del engaño. Le entregó la cantidad exigida por los secuestradores, tal y como lo habían pedido en billetes de 500€ y el maletín para transportarlos. Dentro habían metido un micro chip, tan diminuto como un grano de arena, en el cual se iban a grabar todos los movimientos de los individuos que lo recogiesen así como las conversaciones, además el dinero era falso. Era de una buena fabricación que la policía había mandado hacer precisamente para estos casos. Don Augusto aceptó pues lo primero era salvar a su hijo. Con mucho miedo y sin que aparentemente nadie lo siguiese, fue a la cita en el Hotel María Cristina. Pidió en el mostrador la llave de la citada habitación 666 y se dirigió hacia ella con paso lento y cansino. Estaba a punto de derrumbarse, pero no se lo podía permitir, tenía que hacerlo por Álvaro, era mucho lo que se estaba jugando. Siguió todos los pasos que le habían indicado. Entró en la habitación, muy despacio, dejó la puerta entreabierta, colocó con sumo cuidado el maletín bajo la primera cama. Una vez concluida la operación, volvió tras sus pasos, saliendo de la misma cerrando la puerta. Antes de que se hubiese cerrado del todo oyó una voz que decía “si todo está bien, tendrá noticias nuestras”. Eso quería decir que allí dentro estaban los secuestradores. Que habían visto como introducía el maletín bajo la cama. ¿Ahora qué pasaría? Menos mal, que no le había acompañado nadie o al menos eso era lo que él creía. Había pasado mucho miedo mientras hacía la entrega y durante el trayecto de ida y vuelta. Por orden del inspector Telleria había ido él solo, no había permitido que fuese ninguno de sus hijos con él. Esas habían sido las instrucciones y cuanto más se atuviesen a ellas mejor sería para Álvaro, había más posibilidades de que no desconfiasen y lo soltasen cuanto antes. Cuando Don Augusto llegó a su casa, estaba extenuado, le dolía mucho la cabeza y sentía una gran opresión en el pecho. Antes de que pudiese decir nada, cayó desplomado sobre un sillón del salón. Llamaron de inmediato una ambulancia, al pobre hombre le había dado un infarto. Fue ingresado en La Residencia y allí lo trataron hasta que consiguieron estabilizarle, lo cual no fue nada fácil pues era demasiada presión la aquel hombre tenía encima. Doña Antonia seguía sedada, era normal con todo lo que estaba pasando, la chica de servicio no se separaba de ella, la atendía con gran cariño, ella también estaba muy afectada. Pasaban los días y seguían sin recibir noticias de Álvaro, todos esperaban que al hacer la entrega del dinero le soltasen sin demora, pero no fue así. Una mañana, tocaron a la puerta y cuando la muchacha salió a abrir había un mensajero con un pequeño paquete a nombre de Don Augusto, firmó y el hombre se marchó. Cuando Julián el hijo mayor llegó a casa, Mariana, la chica de servicio, le entregó el paquete ya que su papá estaba en el hospital. Volvieron a llamar a la puerta y esta vez era el inspector Tellería, se dirigió al despacho donde se encontraba Julián, por indicación de la sirvienta. Una vez juntos, abrieron el paquete, ¡oh Dios! que sorpresa tan desagradable. Dentro había un dedo del pie de Álvaro junto con una nota que decía “Este es el primer trozo que recibís” si creéis que nos habéis engañado, los únicos perjudicados sois vosotros y por supuesto vuestro hijo. Volveréis a saber de nosotros. Aquello era la peor pesadilla que nadie pudiese tener en su vida. Casi tres meses de la desaparición de Álvaro y sin noticias, cada minuto, cada segundo era un martirio para la familia, cualquier ruido o llamada de teléfono, un sobresalto. Doña Antonia, aunque iba dejando poco a poco la medicación, no la podía abandonar del todo, era como si hubiese muerto en vida. Don Augusto, había salido del hospital, pero no levantaba cabeza. Los hijos, Julián y Fernando habían tenido que hacerse cargo en su totalidad del negocio, los padres no eran capaces en esos momentos de atender nada que no fuese su recuperación. Esta era lenta, pero como Don Augusto decía, hay que seguir para delante, al menos hasta que volvamos a tener a Álvaro con nosotros. Pasaban los días y pesaban como losas sobre sus cabezas, si uno pesaba, el siguiente pesaba más. El inspector Tellería, seguía llegándose a la casa a diario y él tampoco les podía dar noticias nuevas. Una mañana, nada más entrar el inspector, sonó el teléfono. Lo tomó la sirvienta y quien estaba al otro lado preguntó por Don Augusto, éste rápidamente lo tomó con voz temblorosa. -¿Quién habla? -Aprovechando que tiene usted al inspector Tellería a su lado, puede decirle que seguimos manteniendo el firme propósito de que nos entregue el dinero que le habíamos solicitado. Esta vez será dinero de curso legal. Piénselo bien, esta vez el trozo que enviaremos de su hijo será más grande, hasta que se lo devolvamos mutilado del todo y muerto. Le comunicaremos en breve, el lugar de la entrega, repito sin trampas.- Estaba claro que sabían todos los movimientos que hacían, estaban vigilados. ¡Dios mío! ¿Qué podemos hacer? ¿De dónde sacamos el dinero? ¿Usted qué opina inspector? usted está acostumbrado a esto, pero nosotros. No se me ocurre nada, esto es ciertamente muy complicado y por otro lado está en juego la vida de su hijo. Si ustedes no tienen ese dinero en efectivo, no queda nada más que esperar, pero el tiempo corre en contra. Solo se me ocurre, quedó pensando unos momentos, que pida usted un préstamo al banco, poniendo como garantía su fábrica, esa sería la única forma de que se lo diesen. Llegada la noche, Don Augusto y su esposa, juntaron a sus hijos y esposas y les expusieron la solución que había dado el inspector Tellería. Estos aunque no estaban de acuerdo pues era el sustento de toda la familia, por otro lado podía ser la salvación de Álvaro. Tal como estaban los negocios, si luego no podían hacer frente a los pagos del préstamo, se quedarían todos en la ruina. Por unanimidad, decidieron que lo más importante era recuperar a Álvaro, lo demás se iría viendo con el tiempo. Por la mañana bien temprano, se dirigieron los padres e hijos al Banco de Santander para tratar de hacer la operación. Debían ir todos pues todos eran accionistas de la empresa y se necesitaba la firma del conjunto. Lo consiguieron, no sin dificultades y pagando un excesivo interés como es lógico. Ya tenían lo más importante, el dinero, ahora habría que volver a esperar noticias de los secuestradores. Pasaron tres días y el teléfono volvió a sonar. Esta vez fue Julián el que contestó. Debido a la igualdad del tono de voz con la del padre, le dieron las instrucciones pertinentes. -Deberá usted personalmente y absolutamente solo, ir al Monte Igueldo, concretamente al parque de atracciones. Deberá llevar el dinero, en billetes de 500€, metido en una bolsa de deportes azul con rayas rojas, de tamaño mediano. Se montará en el carrusel sobre el caballo blanco con pintas negras. Colgará la bolsa en la oreja derecha del caballo y en el momento en que pare la atracción, se bajará de inmediato si volver la cabeza para atrás. Lo hará mañana a las 3 de la tarde. Recuerde debe de ir solo.- Nada más levantarse, D. Augusto y su hijo Julián, se fueron a comprar la bolsa de deportes y a continuación al banco a sacar de la caja de seguridad el dinero que en ella habían depositado. Estaban ansiosos de hacer la entrega para ver si conseguían que Álvaro fuese devuelto cuanto antes a su familia. Don Augusto, muy decaído y con pocas fuerzas, fue hacia el Monte Igueldo acompañado por su hijo Julián, pero desde luego no se acercó ni un momento hacía la atracción que los secuestradores le habían indicado. El padre, con la bolsa de dinero en la mano bien asida, llegó hasta el carrusel e hizo todo cuanto les habían exigido. Cuando aquel cacharro se paró Don Augusto, no sin dificultad, se apeó y fue caminando lentamente hasta donde se encontraba su hijo esperándole. Volvieron a casa cargados de ilusiones y esperanzas, aún sabiendo que les habían dado a los secuestradores el esfuerzo de toda su vida y muy probablemente una ruina segura. Transcurrían las horas, los días y seguían sin saber nada de Álvaro, aquella situación se estaba convirtiendo en un autentico infierno. A los veinte días, llamarón a la puerta del domicilio familiar y otra vez era un mensajero, portaba un paquete más grande que el de la vez anterior, muy bien precintado. Esta vez fue Fernando el que recibió la entrega. Nada más cerrar la puerta al mensajero, apareció el inspector Tellería. Se dirigieron Fernando y él al despacho del padre y allí abrieron el paquete. Fernando dio un salto junto con un grito espantoso, al escucharle, acudieron los padres y la muchacha de servicio y allí estaba la prueba más espantosa. Una mano de Álvaro, no había duda de que era de él, llevaba el anillo que le habían regalado sus padres. ¿Qué había pasado? ¿Cómo era posible? ellos habían pagado, su hijo, su hermano, estaba siendo despedazado y ellos ya no tenían la posibilidad de conseguir más dinero, se habían despojado de lo que les mantenía a todos. ¿Y ahora qué?, nadie podía explicarse lo que había sucedido. El inspector Tellería, estaba muy tranquilo, solo decía, ya habrá más noticias, no desesperemos. Pero como no desesperar, la próxima pieza que les entregasen cual sería. A los pocos días, los secuestradores volvieron a telefonear. -Verán que no amenazamos en broma, que les ha parecido la mano de su hijo. Basta ya de jueguecitos, no nos gustan las bolsas llenas de papeles. Preparen lo convenido o lo siguiente será mucho peor.- ¿Qué había pasado? ellos habían metido todo el dinero en la bolsa, no era posible que solo hubiese papeles como decían los secuestradores. Fernando, tremendamente inquieto y sin mediar palabra, se fue a la policía, contó todo lo sucedido. Allí sabían que el inspector Tellería era quien llevaba el caso y que estaba haciendo todo lo posible por averiguar cualquier detalle. Si el inspector Tellería estaba siempre merodeando por su casa y casualmente nada más hacer las dos entregas el mensajero, él había aparecido de inmediato, sin aportar nada nuevo y no dándose por sorprendido de lo que contenían los paquetes. Aquello a Fernando se le hacía extraño, no le cuadraban muchas cosas de las que estaba observando y así se lo comunicó al jefe de la policía. Este inspector, sabe casi cuando van a llamar los secuestradores, no deja de merodear todo lo que hacemos, los pasos que damos, incluso fue él quien sugirió que pidiésemos el dinero al banco para pagar el secuestro. El jefe de la policía, observó y tomó nota de todo lo que Fernando decía. Efectivamente era raro lo que estaba sucediendo. ETA normalmente no actuaba así, tenían otros modos operandi. ¿Qué estaría sucediendo? ¿Habría otra organización y se hacían pasar por ETA? Fue entonces cuando hubo un total despliegue policial, el domicilio fue rodeado de día y de noche, tanto en la calle como dentro de él. Hacían relevos cada ocho horas y a partir de entonces, el inspector Tellería, acudía de tarde en tarde, ya no estaba dando la vara de continuo y por supuesto que los secuestradores seguían sin llamar. Había pasado casi un año y del pobre Álvaro nada se sabía, solo el sufrimiento que su familia tenía. La policía seguía en la casa y aquello se había convertido en un cuartel general en lugar de una vivienda tranquila como había sido toda la vida. Un día a las cuatro de la madrugada, tocaron al timbre de la puerta, los guardias, seguidos por el padre y los hermanos de Álvaro se apresuraron a abrir. Por fin, ¡Dios mío! eres tú gritó el padre. Hijo, hijo mío, ¿qué te han hecho? era en efecto Álvaro, muy demacrado, muy delgado y muy maltratado, andando con dificultad y con un muñón en la mano derecha, el cual se veía que había sido infectado y curado de mala manera. Rápidamente, los hermanos acompañados por la policía, se apresuraron a llevarlo al hospital para que lo atendiesen en las debidas condiciones. Pasados unos días y cuando Álvaro se sintió con fuerzas para contar todo lo que le había sucedido, explicó que el dedo del pie se lo amputaron con unas tijeras de podar árboles y la mano se la serranos con una radial. Tuvo unos dolores espantosos y solamente le habían dado alguna aspirina y curándole malamente las heridas. El sentía que se le podían gangrenar y morir sin volver a ver a su familia. Álvaro tuvo que someterse a muchas interrogaciones policiales, el caso seguía abierto. ETA, nunca reivindicó su secuestro y había que esclarecer lo sucedido. Lo único cierto era que el inspector Tellería, se iba apartando del caso, casi de puntillas, eran sus superiores y compañeros los que ahora estaban centrados en el asunto. Le enseñaban fotos y fotos para que tratase de reconocer a alguno de sus secuestradores, pero nada, bien es verdad que cuando se acercaban a él para darle la poca comida que le daban y cuando le hicieron las amputaciones, iban tapados totalmente, solo se les veían los ojos y hablar, hablaban lo justo, casi con monosílabos y no todas las veces era el mismo quien se acercaba a él, incluso alguna mujer estaba involucrada en el asunto. La policía no hablaba nada, solo estudiaba un día y otro. Pasó bastante tiempo antes de llegar a una clara conclusión. El inspector jefe, se personó un día en casa de Álvaro para dar explicaciones de lo que creían haber averiguado. -El inspector Tellería, era uno de los mejores agentes con que contaba la policía en esos momentos, era un hombre que había resuelto satisfactoriamente muchos casos de secuestro pero, había algo que últimamente venían observando- (Era un padre de familia como tantos otros, pero al que le gustaba vivir bien, es decir, por encima del sueldo que como inspector obtenía. Sabían que se habían endeudado varias veces, aunque había podido resolver sus problemas. Ahora, había comprado un chalet, un coche de alta gama para él y otro para su esposa, cosas que desde luego se escapaban de su bolsillo.) Andaban tras sus pasos pero les era imposible saber exactamente con lo que andaba. Sabían que se reunía cuando terminaba su servicio según qué días, con unos hombres en un bar de pinchos en el puerto, justo el bar en donde Álvaro tomaba el aperitivo con sus compañeros, nadie conocía a esos hombres pero, siempre se sentaban en una mesa al fondo del local, donde era muy difícil escuchar lo que hablaban. Unos hombres de aspecto dudoso que podían pasar fácilmente por confidentes y eso era cosa que entre policías era casi normal, sobre todo en los temas que él llevaba. Era muy importante tener a alguien que pueda informarte de ciertas cosas para tú poder efectuar tu trabajo y no ser reconocido, ir a tiro hecho, cuando la presa estuviese en la jaula. Álvaro y sus amigos también los habían visto alguna vez pero nunca repararon en ellos como algo extraño. Pues bien, el inspector y sus hombres, si se habían fijado en ellos, los habían estudiado y habían tomado sus propias decisiones. El inspector Tellería, fue quien preparó todo el secuestro, lo llevaron a los bajos de su chalet y allí fue donde lo tuvieron todo el tiempo. Incluso su esposa era la que alguna vez lo bajaba la comida. En el garaje, había un cuartucho como de trastero, justo al lado había un pequeño aseo, en el cual hicieron las amputaciones, sin higiene alguna. El por otro lado nunca había salido de allí y sabía que era el garaje por el ruido de los vehículos. Siempre le tuvieron con una luz de emergencia, simplemente para cuando iba al aseo, nada más podía ver. Tellería había propuesto el secuestro a los individuos con los que se reunía y así poder sacar el dinero para pagar sus deudas. Fue arrestado y puesto a disposición judicial. No tuvieron compasión ni con él ni con su familia, así como con los secuaces que lo acompañaron, como ellos no la tuvieron con el pobre Álvaro. Una persona inocente que pagó la avaricia de cuatro individuos sin escrúpulos. Fueron castigados con arreglo a la ley, lo que es de suponer que el castigo no duraría mucho tiempo, dadas las circunstancias del país. Álvaro en cambio, llevó a cuestas toda su vida la falta de sus miembros y una sensación de angustia por todo lo que le había pasado y se hizo un viejo mucho antes de lo que le correspondía. Para él sí que fue un castigo el vivir con esa carga. (Es decir, como tantas veces, el inocente es el verdadero reo de la situación). PILAR MORENO

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