domingo, 30 de marzo de 2014

LA TRISTE VIDA

Tenían hambre y algo había que darles para acallarla. Se fue al supermercado para ver lo que podía conseguir. El dinero no le alcanzaba para mucho, apenas unas verduras. Tendría que apañarse esos días como pudiese. La pensión todavía tardaría en llegar. Eran cuatro bocas más la de ella y los pobres no tenían culpa de nada. Aurora, que así se llamaba, había tenido cuatro hijos. Era una mujer de la calle. Había luchado todo lo que había podido para sacarles adelante. Un cliente, ya mayor y enfermo, se apiadó de ella, sabía que era buena mujer pero la vida no le había dado oportunidades. Le pidió que se casase con él a cambio de atenderlo hasta el fin de sus días. Pondría todo a su nombre y le dejaría la pensión. Cumplió con su promesa, Aurora se casó con él y lo poco que poseía ahora era de ella. El pobre hombre no duró ni un año pero los chavales y ella al menos tenían un techo donde cobijarse en propiedad y una pensión que aunque pequeña, les permitiría sobrevivir. Ella no quería volver a la calle, se había acostumbrado a estar en casa y atender a sus hijos. Eran pequeños, relativamente, Joaquín, el mayor tenía 12 años, Gabriel 9, Tomás 6 y la más pequeña Clarita apenas 4. Le había prometido a Arcadio, el difunto que no volvería a ejercer su profesión y así el día de mañana sus hijos no se tendrían que avergonzar de ella. Estaba dispuesta a cumplir con lo prometido, pero la pensión ya tardaba demasiado en llegar. Buscó unas casas para trabajar y sacar para ir tirando. Encontró enseguida alguna, que aunque no fuese muy de su agrado, no dudó en cogerla. Aquellas criaturas debían seguir con su vida. Logró una para cada día de la semana. Una de ellas, correspondía a un señor que vivía solo. Una casa en la que no había mucho que hacer, pero en un principio si mucho que poner al día. El señor era viudo, ya jubilado y en Aurora encontró a su Ángel de la Guarda. Con el paso de los meses y viendo lo bien que lo atendía, le propuso que dejase las otras casas y se dedicase sólo a él. Aurora lo pensó y cuando vio que realmente le interesaba, decidió aceptar. Era más cómodo ir a una sola casa y siempre sería ella sola la que tocase las cosas. El viudo que no tenía hijos, ni familia cercana, viendo lo maja que era Aurora y lo bien que lo atendía, decidió que se casase con él y así le dejaría su pequeño patrimonio y su pensión para que sin esfuerzos pudiese sacar adelante a sus hijos. Sabía que era viuda, pero nunca le dijo que los hijos no eran del finado y que ella había ejercido la prostitución. Aurora, hizo sus cálculos y viendo que la pensión de Ricardo era mayor que la de Arcadio, aceptó. Se casaron en no mucho tiempo y todos fueron a vivir con Ricardo. Los chavales, estaban encantados, la casa era mucho más grande y con más comodidades. También tenían una especie de padre. Ricardo, al ser ya mayor tampoco les ponía muchas pegas a lo que hiciesen o dejasen de hacer, para eso estaba ya su madre. Pasaron unos años, y lógicamente Ricardo la palmo. Todos se sentían tristes, él había sido un buen hombre para con ellos. Joaquín, ya había cumplido los dieciocho años y sabía lo que aquel hombre había significado para ellos, les había permitido poder estudiar y a su madre que no la faltase de nada. Aurora se había convertido en una señora de su casa y tenía a sus hijos bien atendidos. Iban creciendo y ya no la necesitaban tanto. Ella comenzó a salir con amigas y a divertirse un poco pues hacía muchos años que no lo hacía. Se sentía muy renovada. La pensión que de Ricardo le había quedado era alta, el pequeño patrimonio que la había dejado y el pisito de Arcadio que había alquilado, era más que suficiente. Se apuntó a unas clases de bailes de salón. Iba todos los días y lo pasaba de miedo. Allí conoció a un empresario separado y se hicieron muy buenos amigos. Se divertían de lo lindo. De los bailes comenzaron a salir a solas, a cenar, al cine, la acompañaba a casa. Al final se hicieron novios. Con el tiempo y al estar los dos libres, decidieron casarse. Dicho empresario, Germán, vivía en un chalet de su propiedad en una elegante urbanización, decidieron trasladarse a él. Joaquín no quiso marcharse con ellos y Gabriel que ya tenía más de los dieciocho dijo que se quedaba con su hermano. Se fueron pues a vivir con los dos pequeños. Fueron muy felices. Germán, que con su ex había pasado lo suyo, consideró que era oportuno poner la casa y todas sus pertenencias a nombre de Aurora. Fueron más de diez años de matrimonio. Habían casado a los dos mayores. Una mañana al levantarse, Aurora fue a despertar a Germán. -Germán, vamos despierta. Hoy se te han pegado las sábanas-, pero él no contestaba ni se movía. Comenzó a moverlo, pero el pobre Germán estaba tieso. Un infarto se lo había llevado de este perro mundo. Aurora desesperada, llamó a sus hijos. Lo enterraron al día siguiente. Debía arreglar los papeles. De Germán se había llegado a enamorar, había sido muy bueno con ella, al ser de su edad, lo habían pasado muy bien juntos y para ella ahora que creía haber encontrado la felicidad, fue un mazazo terrible. Al llegar al banco, se encontró con lo que jamás hubiese pensado. Germán había dejado a su nombre 50.000.000€ más la pensión vitalicia. No lo podía creer, nunca le había hablado de lo que realmente tenía. Se limitaba a decirle que tenía unos ahorrillos que el día de mañana serían suyos. Ella había pasado tanto. Tantas penurias en su vida, que con lo que en la actualidad tenía, se sentía satisfecha. Los hombres de bien con los que había tropezado, la habían tratado maravillosamente y habían puesto a su disposición todo lo que poseían pero, esto, después de lo feliz que había sido con él, era demasiado, la había convertido en millonaria. Nunca lo hubiese podido imaginar. No debemos desesperar cuando la vida nos trate mal. Hay que pensar siempre que algún día todo se arreglará y podremos olvidar el triste pasado. PILAR MORENO – Enero 2014

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