sábado, 1 de diciembre de 2012

EL PARAISO



Es la descripción de un lugar en el cual se puede ser feliz o desgraciado, según las circunstancias personales de cada cual,  pero de lo que no hay duda alguna es de lo que se disfruta en cualquier época del año.
En verano, cuando el calor arrecia fuertemente, solamente con sentarte debajo de una encina, cerrar los ojos y oír los trinos de los pájaros, el revoloteo de las palomas y las urracas, el sentir esa refrescante brisita que viene de vez en cuando, que parece que los mismos ángeles te estén abanicando. Por las noches en lugar de relente, casi hace frio y en su silencio, escuchar los cantos de los grillos y las cigarras, el croar de las ranas en el rio cercano y algún búho o lechuza cantar a altas horas de la mañana, es dar gracias a Dios por poder estar en ese lugar.
En otoño, cuando los árboles comienzan a perder sus hojas y van pasando por diversas gamas de colores, primero los verdes oscureciéndose, después los ocres, los marrones desde los más claros a los más oscuros, hasta que finalmente quedan desnudas sus ramas, habiendo alfombrado el campo de hojas diversas y que al caminar sobre ellas crujen mientras te hundes o arrastras los pies, haciéndote como un camino apartándolas hacia los lados.
El invierno, qué decir del invierno que para mí en este lugar es la estación más bonita después de la primavera. Simplemente con mirar hacia el norte y ver todas las cumbres nevadas, ahí están, la Mujer Muerta, El Montón de Trigo, Siete picos, Navacerrada y ya hacia la derecha se adivina un poco de la Pedriza. Esas montañas majestuosas cubiertas por ese maravilloso manto blanco, que las hace todavía más bellas de lo que son en otras épocas del año. Las luces de los pueblos cercanos, el olor a leña de los hogares vecinos, son sensaciones inolvidables para alguien tan enamorado de la zona como yo.
La primavera, la mejor estación de todas, cuando comienzas a ver los brotes en los árboles, el resurgir de las plantas que durante el invierno han estado aletargadas, los olores de las flores que  empiezan a salir, la belleza de los colores con que se va poblando el campo, la vuelta al verdor natural después de las aguas y nieves caídas en el invierno, eso es una maravilla que sólo Dios podía crear.
Habiendo narrado todo lo anterior, creo que el nombre de “El Paraíso” es el mejor que se le puede dar al  lugar en donde he decidido vivir, si es posible hasta el fin de mis días.
Sin más “El Paraíso”  es mi casa, mi refugio y el lugar donde se ahogan mis penas y alegrías.


Mª del Pilar Moreno

No hay comentarios:

Publicar un comentario