Es
la descripción de un lugar en el cual se puede ser feliz o desgraciado, según
las circunstancias personales de cada cual,
pero de lo que no hay duda alguna es de lo que se disfruta en cualquier
época del año.
En
verano, cuando el calor arrecia fuertemente, solamente con sentarte debajo de
una encina, cerrar los ojos y oír los trinos de los pájaros, el revoloteo de
las palomas y las urracas, el sentir esa refrescante brisita que viene de vez
en cuando, que parece que los mismos ángeles te estén abanicando. Por las
noches en lugar de relente, casi hace frio y en su silencio, escuchar los
cantos de los grillos y las cigarras, el croar de las ranas en el rio cercano y
algún búho o lechuza cantar a altas horas de la mañana, es dar gracias a Dios por
poder estar en ese lugar.
En
otoño, cuando los árboles comienzan a perder sus hojas y van pasando por
diversas gamas de colores, primero los verdes oscureciéndose, después los
ocres, los marrones desde los más claros a los más oscuros, hasta que finalmente
quedan desnudas sus ramas, habiendo alfombrado el campo de hojas diversas y que
al caminar sobre ellas crujen mientras te hundes o arrastras los pies,
haciéndote como un camino apartándolas hacia los lados.
El
invierno, qué decir del invierno que para mí en este lugar es la estación más
bonita después de la primavera. Simplemente con mirar hacia el norte y ver
todas las cumbres nevadas, ahí están, la Mujer Muerta, El Montón de Trigo,
Siete picos, Navacerrada y ya hacia la derecha se adivina un poco de la Pedriza.
Esas montañas majestuosas cubiertas por ese maravilloso manto blanco, que las
hace todavía más bellas de lo que son en otras épocas del año. Las luces de los
pueblos cercanos, el olor a leña de los hogares vecinos, son sensaciones inolvidables
para alguien tan enamorado de la zona como yo.
La
primavera, la mejor estación de todas, cuando comienzas a ver los brotes en los
árboles, el resurgir de las plantas que durante el invierno han estado
aletargadas, los olores de las flores que
empiezan a salir, la belleza de los colores con que se va poblando el
campo, la vuelta al verdor natural después de las aguas y nieves caídas en el
invierno, eso es una maravilla que sólo Dios podía crear.
Habiendo
narrado todo lo anterior, creo que el nombre de “El Paraíso” es el mejor que se
le puede dar al lugar en donde he
decidido vivir, si es posible hasta el fin de mis días.
Sin
más “El Paraíso” es mi casa, mi refugio
y el lugar donde se ahogan mis penas y alegrías.
Mª
del Pilar Moreno
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