Por los campos de alrededor de la
pequeña ciudad en la que vivía, paseaba a diario María Rosa, siguiendo las
instrucciones de su doctor, garbosa y alegre, seguía siempre la misma senda
sonriendo a todo el que se encontraba y saludando a su paso.
Casi todos los días se cruzaba con
Manuel un apuesto caballero que atentamente le saludaba, -buenos días señora,-
-buenos días tenga usted, respondía
María Rosa.
Así pasó bastante tiempo, hasta que un
día por fin Manuel se atrevió a abordar
a María Rosa.
-Discúlpeme señora, no quisiera
molestarla, pero hace tanto tiempo que nos venimos encontrando, que he pensado,
que ya es hora de que nos presentemos y dado que hacemos el mismo recorrido si
no le importaría que lo hiciésemos juntos.-
-Por mí no hay inconveniente,
respondió María Rosa, ahora bien sepa Vd. Que soy una señora casada y no busco
la compañía de ningún hombre.
-Yo también soy casado y recién
jubilado, esta es la razón por la que me distraigo paseando y viendo las vistas
que tenemos alrededor de nuestra maravillosa ciudad.-
Fue pasando el tiempo, se contaban cosas
de sus vidas, cosas sin trascendencia, los hijos, los nietos y el tiempo cada
vez se les hacía más corto y más agradable estando juntos. Pasados unos cuantos
meses decidieron presentarse a las respectivas parejas dado que entre ellos
había una sincera amistad. Así lo hicieron y resultó de lo más agradable, pues
ya tenían cosas en común de las que hablar, salían juntos y la relación fue
aumentando entre los cuatro.
El tiempo iba transcurriendo con
normalidad, María Rosa y Manuel seguían dando su paseo diario. Manuel cuando se
quedaba a solas se decía para sí, que mujer más agradable y atractiva ¿Cómo me
hubiese gustado conocerla de más joven?. A su vez María Rosa pensaba para sus
adentros, este hombre si ahora es así de apuesto, ¿Cómo tiene que haber sido en
su juventud?, pero entre ellos todo era respeto y cordialidad.
Después de muchos años, todo seguía lo
mismo, pero ellos se fueron dando cuenta de la atracción física que había entre
los dos y el amor que había ido naciendo en el transcurso de su amistad, pero
dado el estado civil de los dos, decidieron seguir viéndose como de costumbre y
con el mismo respeto que hasta entonces se habían profesado.
Un día a María Rosa le diagnosticaron
el empeoramiento de su enfermedad y el deterioro que iba a ir sufriendo su
cuerpo. Pero ella había sido una mujer fuerte, valiente y todas las
adversidades de la vida las había afrontado con coraje y valor, no se había
achicado por nada y en esta ocasión no iba a ser menos. Siguió con su vida
cotidiana y por supuesto dando sus paseos junto a Manuel, que en el fondo le
daban fuerzas, le hacían la vida de lo más agradable y de esa manera no pensaba
más que en la llegada del siguiente día para dar su paseo al sol, ó bajo el
paraguas o bien abrigados, como fuese, pero juntos. El la protegía si tenía
problemas en su andadura y en silencio le hacía saber el gran amor que por ella
sentía.
En muy contadas ocasiones hablaban de
ese tema, era casi tabú, les avergonzaba amarse tanto y no poder demostrar más
que una sincera amistad. Incluso pensaban que no era posible haberse enamorado
de esa forma a sus edades.
Las cosas se iban poniendo cada vez
peor para María Rosa y las salidas cada vez se iban distanciando más y eso la
consumía, sabiendo que cada vez le quedaba menos tiempo.
Una noche al filo de las diez, sonó el
teléfono en casa de Manuel y los hijos de María Rosa le comunicaron la fatal
noticia, no pudo resistir más y se quedó dormida como un ángel, como lo que
había sido toda su vida.
Manuel y su esposa salieron todo lo
más deprisa que pudieron para el tanatorio a donde habían llevado el cuerpo de
María Rosa, para acompañar a su familia. Por el camino él se iba diciendo que
no podía ser, no se había podido despedir de ella como le hubiese gustado, que
no era justo que se hubiese ido y le hubiese dejado tan rápido.
Al llegar al tanatorio y después de
haber saludado a los familiares, Manuel quiso pasar a solas a ver a su amada,
fue demasiado para él y después de gritar desesperado “mi vida, mi amor”
“¿porqué me has dejado?”, cayó al suelo desvanecido. Llegaron los sanitarios
para atenderle, pero nada pudieron hacer por salvarle la vida, solo
certificaron su defunción.
Su féretro lo colocaron en la sala
contigua a la de María Rosa y cuando todo estaba en silencio, un espantoso
ruido se oyó, algo tremendo había pasado, el ataúd de Manuel había atravesado
la pared y se había colocado junto al de María Rosa, era inaudito, ¿cómo podía
haber sucedido aquello?. No era posible, intentaron volver a llevar la caja a
la otra sala, pero todo fue inútil, los féretros estaban como soldados, no
había forma de separarlos. Abrieron los ataúdes para ver lo que sucedía y
cuál fue la sorpresa ´que se llevaron
todos los presentes al comprobar que los dos cuerpos tenían las manos
entrelazadas y en el rostro una sonrisa de felicidad inmensa. Al fin estaban
como ellos deseaban.
JUNTOS
HASTA LA ETERNIDAD
PILAR
MORENO
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