Paseando en soledad por la playa, absorta en
sus pensamientos, no sabía cuántos kilómetros habría hecho. Llegaba a un
extremo y daba la vuelta hasta llegar al otro, siempre lo mismo, esperaba la
puesta de sol que en aquel lugar era maravillosa, espectacular, pero a la vez
sin enterarse de nada, daba vueltas al igual que su cabeza, eran muchas las
preocupaciones que tenía. De pronto se paró, se fijó en el firmamento y el sol
comenzaba a esconderse.
Estaba muy cerca del malecón y sabía que desde
allí, era donde había mejores vistas de ese espectáculo, echó a andar muy
deprisa y logró sentarse en una de las grandes piedras, no le importaba que las
olas que allí rompían con su blanca espuma le salpicasen, era un sitio
magnifico desde el cual nadie le impediría la maravillosa visión.
Una vez que el sol se había ocultado del
todo, siguió allí, con los codos apoyados en sus rodillas y a la vez
sujetándose la cara, de pronto, una gran ráfaga de aire le sorprendió,
arrancándole de golpe el sombrero que se había colocado para que el sol no
estropease su blanca piel. Abrió los ojos y rápidamente se levantó para ir
detrás de él antes de que se lo llevase alguna ola. Se había quedado enganchado
entre dos piedras a las cuales era costoso llegar, debido a su tamaño y a lo
escurridizas que estaban las piedras.
Cuando ya casi había conseguido tocar el
sombrero, sintió que alguien la seguía y al volverse solo vio que un gran puñal
se acercaba a su persona. Gritó…….
María del Pilar Moreno Díaz
Noviembre 2012
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