En el madrileño Barrio de Salamanca, en un
palacete del siglo XVIII, vivía Flora con su tía Carolita, Carmelilla y el
resto del servicio. Carolita, era la hermana más pequeña de mamá que de pequeña
le había atacado una poliomielitis, dejándola muy tocada en todo su cuerpo. Con
el tiempo, Carolita fue deteriorándose y
no pudiéndose mover de sus aposentos, fue necesario poner a su servicio una
persona que la cuidase día y noche pues no podía hacer nada por ella misma.
Carmelilla que así llamaban a la muchacha, era de origen sevillano y era un
autentico ángel para con tía Carolita, al menos con su deje andaluz y sus
chascarrillos, alegraban un poco más el ocaso de la anciana.
Flora recostada en la cheslón del salón azul,
leía ávidamente un libro que había tomado de la biblioteca del palacete. Era un
libro de aventuras que había leído y releído en multitud de ocasiones, pero
cuantas más veces lo hacía, más interesante le parecía, es como si las
historias cambiasen de una vez a otra. Eran tan reales que hasta cuando
contaban que en las caballerizas estaban alimentando a los caballos, ella
parecía percibir el olor del heno. Llevaba
muchas horas enfrascada en su lectura; de pronto pareció percibir como si una
sombra pasase por detrás de ella sin hacer ruido, no le dio la mayor
importancia. Al cabo de un rato, se sobrecogió creyendo que de detrás de las
cortinas rojas de aquellas tremendas balconadas, había salido alguien. Se puso
en pie y fue a dar una vuelta por el despacho, el comedor y otros habitáculos
que había a su alrededor. No vio nada por lo que se volvió a recostar en la
cheslón, siguió devorando el libro; pasados unos minutos volvió a sentir
aquella extraña presencia, se quitó las lentes y reposando el libro sobre su
regazo, decidió esperar para ver qué pasaba y después de haberse restregado
bien los ojos pues aquello podía ser fruto de su imaginación y su cansancio.
No se hizo esperar por mucho tiempo, esta vez
con toda claridad salió de detrás de los cortinajes una sombra negra sin
definir que avanzaba lentamente por el pasillo y como en un susurro iba
diciendo “se está acercando la hora”. Flora se quedó inmóvil, con la sangre
helada en sus venas, no daba crédito a lo que de veras estaba sucediendo,
incluso seguía pensando que podía ser efecto de las historias de aquel libro.
La sombra volvió a salir por la balconada y ella no era capaz de incorporarse
de su lugar pues estaba aterrada. En esta ocasión, la sombra avanzó mucho más
deprisa y susurrando más inteligiblemente, “la hora ha llegado”. La vio volver
a salir y no podía ni moverse, estaba a punto de sufrir un colapso.
De pronto unos gritos aterradores, llegaban
desde el pasillo que conducía a los dormitorios; Era Carmelilla, pedía a gritos
que la auxiliasen pues tía Carolita, se había caído de la cama y estaba muerta.
Pilar Moreno
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